lunes, 30 de enero de 2012

Jose Raúl Capablanca. Ajedrecista cubano



José Raúl Capablanca y Graupera nació en La Habana el 19 de noviembre de 1888 y murió en Nueva York el 8 de marzo de 1942. Cuando nació faltaban aún diez años para que Cuba se independizase de España. Su padre era militar español, de buena educación, culto y aficionado al ajedrez. La Habana era entonces, junto con Nueva York y Nueva Orleans, el mayor centro ajedrecístico de América.
Capablanca es uno de los más precoces niños prodigio del ajedrez, en este juego tan lleno de niños prodigio. Se cuenta, y lo llegó a decir él de sí mismo, que aprendió a jugar a los cuatro años, una tarde, observando una partida de su padre con un amigo suyo, y que poco después les derrotaba con facilidad. Llega a contar que aquella tarde, durante una partida le señaló a su padre una jugada en la que había movido el caballo ilegalmente. No le tomaron muy en serio, pero Capablanca desafió a su padre a una partida, y ganó su primera partida. Seguramente las cosas no ocurrieron así, pero lo cierto es que su padre comenzó a llevarle a Club de Ajedrez de La Habana, y comenzó a destacar rápidamente. Se cuenta que con ocasión del encuentro por el título mundial entre Steinitz y Chigorín de 1892 (contaba cuatro años) mostró con todo detalle una variante que se le había escapado a Steinitz y que le hubiera permitido ganar una partida que terminó perdiendo. La anécdota, evidentemente, es falsa. Al margen de leyendas y exageraciones lo cierto es que a los trece años derrotó en un encuentro a Juan Corzo, por entonces el jugador más fuerte de Cuba (+4 -3 =5). Su padre evitó que se le explotara como fenómeno de feria, y dosificó adecuadamente su contacto con el ajedrez.

Capablanca terminó sus estudios en el instituto de bachillerato de Matanzas (Cuba). Aunque sus padres no tenían recursos para mandarle a estudiar al extranjero sus buenos resultados académicos le valieron el favor de Ramón San Pelayo, su mecenas, que le pagó sus estudios en EE UU. Cursó estudios secundarios en la Woodycliff School de New Jersey, donde se preparó para entrar en la Universidad de Columbia y estudiar la carrera de ingeniero químico. Aunque sus notas no eran malas dedicó mucho más tiempo al ajedrez que a los estudios, y sólo cursó dos años de Química.

En Nueva York Capablanca se hizo socio del club Manhattan Chess, donde llamó la atención por la fuerza de su juego. En 1906, con 18 años, ganó un torneo de partidas rápidas con 32 jugadores entre los que se encontraba Lasker. Lasker quedó muy impresionado por la precisión de su juego. En 1908 realizó una gira por todo el país dando simultáneas y jugando a la ciega. El nombre de Capablanca estaba en boca de todos los aficionados del país y en 1909 se concertó un encuentro entre la joven estrella y Marshall, a la sazón campeón estadounidense. El resultado fue un escándalo ya que Marshall cayó derrotado por 8 a 1 y 14 tablas. Gracias a este resultado Capablanca decidió dejar los estudios y dedicarse profesionalmente al ajedrez.

El mundo de ajedrez comenzó a interesarse por este joven. Lasker llegó a hartarse de que todo el mundo le preguntase por él. Hasta sus padres le pidieron opinión sobre la dedicación de Capablanca al ajedrez. La oportunidad de jugar grandes torneos se la brindó el propio Marshall, que logró que fuera invitado al fuerte torneo de San Sebastián de 1911. Embarcó para Europa en el Lusitana. Pasó unos días en Londres donde concedió una entrevista en la que deja ver todo su narcisismo: «aprendí jugar al ajedrez antes que a leer»; «sólo estudio ajedrez cuando juego una partida», etc. Al llegar a San Sebastián Bernstein y Nímzovitch se opusieron a que jugase el torneo porque no tenía credenciales. Bernstein, en particular, se manifestó de manera muy grosera. Capablanca ganó aquel torneo ganando seis partidas, empatando siete y perdiendo sólo una, ante Rúbinstein, que quedó segundo. Capablanca humilló a Bernstein en una partida que recibió el premio de belleza.

Muchos consideran a Capablanca el mayor genio del ajedrez de la historia, y no les falta razón, a pesar de que en sus partidas no abundan las combinaciones espectaculares. Sin embargo, todas ellas son un modelo de equilibrio, sencillez y elegancia, y para la mentalidad clásica ese es el modelo de belleza. Su teoría de la simplificación «hay que eliminar la hojarasca del tablero» hace que sus partidas puedan ser entendidas por todos, y daban una falsa sensación de facilidad he indolencia. La comparación con Mózart es ya un lugar común. A ello ayuda el haber sido ambos niños prodigio, genios en estado puro, el gusto por la sencillez y la claridad en sus obras, y una cultivada pose de seductor, dedicación a los placeres de la vida, y hasta de vividor. Esa sensación de facilidad oculta un trabajo muy duro y sacrificado, que muchos de los que les admiran son incapaces de ver.

Su triunfo en San Sebastián bastó para que el mundo del ajedrez le considerase el más serio aspirante al trono de Lasker, y de hecho le desafió inmediatamente. Pero Lasker evitó un encuentro que no se celebró hasta diez años después, en 1921, también por culpa de la primera guerra mundial. Tras el torneo de San Sebastián Capablanca se sintió enfermo y regresó a La Habana.

En 1913 Capablanca ganó el torneo de Nueva York (+10 -1 =2). En el torneo de La Habana, sin embargo, hubo de conformarse con la segunda plaza, por detrás de Marshall. El gobierno cubano le dio un cargo de diplomático, con un sueldo moderado, que le permitía viajar por todo el mundo saltándose los pesados trámites fronterizos.

En 1914 Capablanca jugó el torneo de San Petersburgo. Este torneo se recuerda como un fracaso para Capablanca, porque perdió la partida decisiva contra Lasker, pero quedó segundo. En la cena de clausura se reiniciaron las negociaciones para disputar el título mundial, pero comenzó la primera guerra mundial. Capablanca pasó esos años entre La Habana y Nueva York. Jugó pocos torneos pero los ganó todos. Finalizada la guerra comienza la etapa más espectacular de Capablanca. Entre 1918 y 1924 (siete años) no perdió ninguna partida. Un récord que no a igualado nadie, mucho más espectacular si consideramos que es la etapa que más partidas jugó, y en la que se hizo campeón del mundo.

En 1919 Capablanca ganó el torneo de Hastings con 10 victorias, unas tablas y sin derrotas. Comenzó a prepararse para el encuentro con Lasker, que finalmente se disputó en La Habana en 1921. El encuentro comenzó en marzo y terminó en mayo, y fue un paseo para Capablanca: cuatro victorias, diez tablas y sin derrotas. Lasker abandonó en encuentro, pactado a 24 partidas, cuando aún quedaban 10 partidas para que terminase. Se dice que Lasker ya no estaba interesado en el título. Años antes había manifestado que quería abandonar el título y pasárselo a Capablanca, cosa que, evidentemente, no hizo. Aunque quizás es cierto que comenzaba el declive de Lasker, este no era, ni mucho menos, un jugador que no estaba en forma.

Capablanca fue campeón del mundo entre 1921 y 1927, pero en ese período no defendió el título nunca, y jugó muy pocos torneos: Londres 1922, Nueva York 1924 (que ganó Lasker y Capablanca perdió su racha de imbatibilidad ante Reti), Moscú 1925 (en que el se hubo de conformar con la tercera plaza), Lake Hopatcong 1926 y Nueva York 1927, en el que ganó a Aliojin. Capablanca se consideraba invencible, particularmente ante Aliojin, contra el que nunca había perdido en sus doce encuentros anteriores al campeonato mundial.

En 1922 Capablanca había puesto las condiciones que debía satisfacer un aspirante al título mundial, que se conocen como el «Protocolo de Londres». El encuentro por el Campeonato Mundial se jugaría a seis victorias, y las tablas no contarían. Se jugarían cinco horas diarias y seis días a la semana. Se tendrían que hacer cuarenta jugadas en dos horas y media. Los jueces y árbitros serían elegidos por los contendientes. El campeón del mundo estaba obligado a defender el título en el plazo de un año desde que fuera retado. No estaría obligado a poner el título en juego si no hubiera una bolsa de diez mil dólares, a parte de viajes y estancias. Se habría de entregar el veinte por ciento al campeón y el resto sería de premios, el 60% para el ganador y el 40% para el perdedor. Una vez aceptado el desafío el aspirante debía poner una fianza de 500 dólares. A pesar de estas normas tan claras no puso nunca el título en juego.

Capablanca no bebía ni fumaba, pero le gustaba trasnochar y disfrutar de la buena compañía, particularmente de mujeres. Era considerado como uno de los hombres más atractivos del mundo, junto con estrellas del cine como Rodolfo Valentino. Se casó en 1921 con Gloria Beautucourt) y escribió su famoso libro «Fundamentos del ajedrez» en el que incluye seis de la diez partidas oficiales que había perdido hasta el momento. Capablanca reforzó su técnica, pero su juego perdió frescura, aunque en aquella época sólo Aliojin se atrevió a decirlo en un famoso artículo que publicó en 1927.

Nadie creía seriamente que hubiese ajedrecista en el mundo que pudiese ganar a Capablanca, pero para determinar un aspirante se organizó el torneo de Nueva York de 1927. El ganador de este torneo sería el aspirante, y si lo ganaba Capablanca el segundo. Capablanca ganó este torneo de manera espectacular (+8 -0 =12) y el segundo quedó Aliojin.

Capablanca y Aliojin se conocieron en el torneo de San Petersburgo de 1914, y eran muy amigos, pero esta amistad se enfrío cuando Aliojin se convirtió en aspirante oficial al título mundial. El encuentro les convertiría en enemigos. El encuentro por el título mundial comenzó el 16 de septiembre de 1927 en Buenos Aires (Argentina), y terminó el 30 de noviembre. Se trata de uno de los enfrentamientos más apasionantes de la historia del ajedrez. Aliojin se preparó a conciencia: llegó a Buenos Aires semanas antes, llevó una vida intachable, con una dieta adecuada, ejercicio físico y escogió como analista a uno de los mejores jugadores argentinos de la época, Roberto Grau. Capablanca, por el contrario, trasnochó y menospreció al capacidad de su rival. Aliojin ganó la primer partida. Capablanca se repuso y ganó la tercer y la séptima, pero Aliojin ganó la novena y el resultado del encuentro empezó a ser incierto. La voluntad de ganar de Aliojin marcó la diferencia. Cuando llevaban disputadas 34 partidas Aliojin ganaba por 6 a 3. Capablanca envió un telegrama a Aliojin felicitándole por su victoria.

Capablanca trató de lograr un encuentro de revancha, pero Aliojin siempre se lo negó. Siguió jugando un altísimo ajedrez, aunque ahora el mundillo ajedrecístico se atrevía a criticarlo. Entre 1927 y 1936 jugó 14 torneos de los que ganó siete y quedó segundo en cinco, pero ya no era un mito. En 1928 comenzó a tener problemas de salud (hipertensión) y a decaer físicamente. En 1934 se casó, por segunda vez, con Olga Clark. Vivía entre Cuba y Nueva York. Cuando todo el mundo le consideraba acabado volvió a surgir con su genio más espectacular.

En el torneo de Moscú de 1936 jugaban toda una generación de nuevos ajedrecistas; los Botvínnik, Flohr, Kan, Lílienthal, Eliskases, etc. Lasker y Capablanca fueron invitados para dar lustre al encuentro, pero nadie confiaba en sus posibilidades. Capablanca ganó ese torneo de forma brillante, con ocho victorias, diez tablas y sin derrotas. Además, ganó a Lasker y a Botvínnik. Ese mismo año jugó el torneo de Nottingham, y lo ganó por delante de Euwe (a la sazón campeón mundial), Lasker, Aliojin (al que ganó su partida), Sammy, Reshevsky, Vídmar, Tartákover, y empatado con Botvínnik. Ganó siete partidas, empató seis y sólo perdió contra Flohr. Pero sus problemas de salud le pasarían factura. En 1938 en el tornero de la AVRO quedó penúltimo, y en la olimpiada de 1939 de Buenos Aires, en la que defendió el primer tablero de Cuba, cumplió modestamente.

Con el estallido de la segunda guerra mundial la actividad ajedrecística se redujo, y ya no volvió a jugar ningún torneo. El 7 de marzo de 1942, mientras analizaba en el Manhattan Chess Club le dio un ataque al corazón y murió al día siguiente en el hospital Monte Sinaí de Nueva York, donde un año antes había muerte Lasker.

Capablanca tenía una capacidad increíble para simplificar la posición y dejar en el tablero sólo las piezas que conformaban su ventaja. Dio una importancia excepcional a los elementos dinámicos de la posición, cuando todos los demás se centraban en los estáticos. Entendía como nadie cuáles eran los elementos dinámicos y cuál era la importancia de la armonía entre las piezas. Para todo esto la iniciativa era un factor fundamental. Afirmó, para escándalo de muchos, que la defensa se debía hacer sin temores y con las mínimas piezas posibles. Sin embargo, Capablanca nunca fue un teórico del ajedrez, sus principios los descubría en sus partidas. Aunque escribió algunos libros que siguen siendo referencia fundamental en el ajedrez, como: «Fundamentos del ajedrez». Esta sencillez, que obedece a ideas claras y apuntan a los más profundo de la posición es fruto no de la indolencia sino del trabajo profundo y la difícil sencillez. En toda su carrera ajedrecística Capablanca perdió 34 partidas oficiales.

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