lunes, 30 de enero de 2012

Charles Mingus: "Menos que un perro" Autobiografía

Crítica por Damian G B
¡Algo de importancia se perdió en el medio de todas las páginas de esta autobiografía de Charles Mingus, uno de los más grandes contrabajistas de la historia del jazz. De hecho, el comienzo es bastante interesante y recuerda esa fijación en el nombre propio que ya existía en varios de sus álbumes, por ejemplo en aquel del sello Impulse!, del año 1963, que se tituló “Mingus, Mingus, Mingus, Mingus, Mingus”. Las primeras líneas del libro son un exordio que describe la naturaleza tripartita de Mingus en un “hombre que permanece siempre en medio, despreocupado, inmóvil”, más un hombre que es “como un animal asustado que ataca por miedo a ser atacado”, más un hombre “amable que admite a la gente en el templo más sagrado de su ser y soporta los insultos y es confiado”. En cierto modo, se presta esta caracterización para yuxtaponerla a la audición de varios de sus discos. Pero, más que en términos de jazz, ese Mingus múltiple y confuso y esquivo es presentado para explicar el duro camino que en la vida se tuvo que hacer este músico, desde sus primeros recuerdos en Watts, Los Ángeles, hasta su etapa más consagrada entre las orgías y los clubes de la costa atlántica. El narrador, que parece un típico narrador omnisciente, es en realidad un desdoblamiento del propio Mingus, otro Mingus que toma de la mano a su protagonista y lo conduce por los recuerdos. No fue sencilla la vida para Mingus: ni lo suficientemente negro, ni lo suficientemente blanco… Ese mestizaje, es en buena medida la expresión del derrotero de su vida, en la que tuvo que enfrentarse al problema continuo de que lo que veían los otros no era lo que había bajo su piel… Los quince o veinte primeros capítulos son lo mejor del libro. Allí tenemos todo lo referente a la educación sentimental del músico: la tiranía y la violencia de su padre, los tempranos enamoramientos, las primeras lecciones de música en trombón y más tarde en violoncello, los encuentros con los matones de turno en el barrio, la comprensión de lo que era ser negro, etc. Hay, además, una atención confesional, una nostalgia por un estado del alma que ese Mingus poseía y que le permitía aislarse de la realidad, quizás la idea que más persiguió en el libro y que desde luego pudo plasmar en el jazz, y que sería asimismo una noción del amor. El Mingus de estas líneas es un romántico, pero destrozado a la manera de un Baudelaire… En cuanto a memoria de jazz, sin embargo, hay muy poco, apenas una serie de encuentros con Art Tatum cuando Mingus era muy joven, preparando unas composiciones que no tocarían en vivo por circunstancias complejas. Lo que hay de jazz, en todo caso, es el recorte de un contexto, la descripción de una situación social y económica en la que estos músicos se movían a mediados del siglo XX y que, en muchos casos, estaba un punto por debajo de los sinsabores del Tío Tom.
De forma deliberada o no, la agudeza del tono desciende en un intermedio chulesco pleno de lascivia que la traducción española repleta de “pollas”, “chochos”, “folladas”, “pollitas”, “tío” y “jo jo jo” hace difícil de seguir. Alguien le advierte a Mingus que el mismo Jelly Roll Morton tenía a varias prostitutas que trabajaban para él y que le brindaban dinero y tranquilidad como para dedicarse a sus composiciones. Eso hace el Mingus de “Menos que un perro”: tuerce amores en fidelidades perrunas y se vuelve un gigoló. Apenas, entre los escarceos sexuales llenos de signos de exclamación, quedan algunas líneas dedicadas a los encuentros con Miles Davis y Charlie Parker en California, o a la relación entrañable con Fats Navarro en las filas de la big band de Lionel Hampton. Como demostración del paso por el infierno, es válido, pero no es lo más destacado del libro. Mucho mejor se torna el asunto con la narración de lo que sucede cuando Mingus se evade de esa vida y deambula solitariamente por las calles de New York, o cuando es internado en un psiquiátrico y se encuentra en una tarde amarga con un dibujo que Thelonious Monk había dejado en una de las salas de recreación en su paso por ese mismo centro. Las reflexiones del músico sobre la relación entre Estados Unidos (aquella “América” asfixiante de Ginsberg) y sus artistas son para encuadrar, y lo mismo ocurre en ese encuentro final con Fats Navarro, muy poco tiempo antes de que este se muera, cuando discuten sobre Dios o sobre lo que sea y se siente un regusto amargo, como si se oyera la conversación de dos perros cansados de ser apaleados.

Extracto:
"¡Maldita sea! Cada vez estoy más confundido, obsesionado. No puedo cargarle la culpa a mi padre y disculparme a mí mismo para siempre. Creo que estoy convirtiéndome en su reflejo. Su huella latente en mi inconsciente no se borra con facilidad. El acto mismo de recordar aquellas imágenes tempranas me hace darle vueltas a mi deseo de venganza… pero, ¿por qué los descargo en la gente con la que trabajo? Ni Oscar ni John ni Buddy ni Givons… ninguno de ellos tiene la culpa de que tuviera un padre con la mano larga, que me dio una infancia sin amigos y sin padre. Por suerte, el amor es un antídoto, y he intentado permanecer abierto a él. Pero no hay forma de comunicarse en esa onda cuando el oyente -yo mismo- ha apagado su aparato y está emitiendo un programa propio dirigido al gran público. Imagino que no soy mejor que los demás… solo acudo a Dios para las emergencias o para resolver alguna cuestión material y egoísta, como hacían mis padres. Ahora, son raras las ocasiones en que digo: “Gracias, Jesús”. Tal vez he empezado a pensar que yo soy Él, o que Él es yo. Una noche intenté caminar sobre las aguas para demostrar que Jesús no estaba por encima de mí. Eso me tiene preocupado. Si fuera mi Alma verdadera la que tiene esos sentimientos, me llevaría a una ruina segura. Soy el cordero que siente que ha llegado la hora de alimentar a la Muerte, y salta y brinca por encima de los demás camino del matadero…
Mi hombre, Mingus, bajó a trompicones del escenario y, justo cuando el hacha mítica descendía sobre su cabeza, alguien alargó una mano, le tocó el brazo y dijo:
-¿Adónde vas, guapo hijoputa independiente?"

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