martes, 29 de noviembre de 2011

"Libro del desasosiego" fragmento 426

Considerar nuestra mayor angustia como un incidente sin importancia, no sólo en la vida del universo, sino también en la de nuestra propia alma, es el principio de la sabiduría. Ser capaz de considerar esto en medio de esa angustia es la sabiduría entera. En el momento en que sufrimos parece que el dolor que padecemos es infinito. Pero ni el dolor humano es infinito, pues nada humano lo es, ni nuestro dolor es algo más que un dolor que tenemos.

Cuántas veces, bajo el peso de un tedio que se parece a la locura, o de una angustia que parece ir más allá de ella, me detengo, vacilante, antes de rebelarme; vacilo, conteniéndome, antes de divinizarme. Dolor de no saber qué es el misterio del mundo, dolor de que no nos amen, dolor de ser injustos con nosotros, dolor de sentir el peso de la vida sobre nosotros, sofocándonos y aferrándonos; dolor de dientes, dolor de zapatos apretados –¿quién puede decir cuál de ellos es peor para uno, o, más aún, para los demás, o para la generalidad de los que existen?–.

Para algunos de los que me hablan y me oyen, soy un insensible. Soy, sin embargo, más sensible –creo– que la vasta mayoría de los hombres. Soy, insisto, un ser sensible que se conoce, y que, por lo tanto, conoce la sensibilidad.

Ah, es verdad que la vida es dolorosa o que es doloroso pensar en la vida. Lo que sin duda es verdad es que nuestro dolor es algo serio y grave cuando así lo fingimos. Si somos naturales, pasará tal como vino, se disipará así como creció. Todo es nada, y nada es también nuestro dolor.

Escribo esto bajo la opresión de un tedio que parece no caber en mí, o necesitar de algo más que mi alma para tener donde estar; de una opresión de todos y de todo que me estrangula y delira; de un sentimiento físico de la incomprensión de los demás que me perturba y aplasta. Pero alzo la cabeza hacia el cielo azul ajeno, expongo la cara al viento inconscientemente fresco, bajo los párpados después de haber visto, me olvido de mi cara después de haber sentido. No estoy mejor pero me siento diferente. Me veo librarme de mí. Casi sonrío, no porque me comprenda, sino porque, habiéndome convertido en otro, ya no puedo comprenderme. En lo alto del cielo, como una nada visible, una nube pequeñísima es un olvido blanco del universo entero.

1 comentario:

  1. Magníficas y sabias palabras encontradas en el momento preciso ...o me han encontrado ellas a mí?

    Nena

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