ANTONIO DAMASIO, En busca de Spinoza (Neurobiología de la emoción y los sentimientos). Crítica, 2005. Traducción castellana de Joandomènec Ros. Antonio Damasio es premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2005.
La herencia de Spinoza es un asunto triste y complicado. Podría decirse que, dado el contexto histórico y las posiciones inflexibles que tomó, cabía prever la vehemencia de los ataques y la eficacia de la prohibición de su obra. En cierta medida, Spinoza lo hizo, como parecen indicar sus precauciones. Aún así, la reacción resultó ser más fuerte de lo que nadie podía haber esperado.
SE ESPERABA LA CONDENA DE SPINOZA POR LOS JUDÍOS, EL VATICANO Y LOS CALVINISTAS, PERO LA REACCIÓN FUE MÁS ALLÁ: FUE MALDECIDO Y EXPOLIADO DURANTE MÁS DE UN SIGLO
Spinoza no dejó ninguna última voluntad, pero había dado a Rieuwertz, su amigo y editor en Amsterdam, instrucciones detalladas para la disposición de sus manuscritos. Rieuwertz fue absolutamente leal, y asimismo valiente y muy listo. Spinoza murió en los últimos días de febrero de 1677, pero a finales del mismo año se imprimió un libro titulado Opera phosthuma, del que la Ética constituía la parte central del volumen. En 1678 empezaron a aparecer traducciones holandesas y francesas.
Rieuwertz, y el grupo de amigos de Spinoza que lo ayudaron, tuvieron que enfrentarse al ultraje más violento contra las ideas de Spinoza. Se esperaba la condena de los judíos, del Vaticano y de los calvinistas, desde luego, pero la reacción fue más allá. Las autoridades holandesas fueron las primeras en prohibir el libro, y después lo hicieron otros países europeos. En varios lugares, entre ellos Holanda, la prohibición se hizo cumplir con firmeza. Las autoridades inspeccionaban las librerías y confiscaban los volúmenes que pudieran encontrar. Publicar o vender el libro era una ofensa y siguió siéndolo mientras hubo curiosidad por él. Rieuwertz eludió a las autoridades de una manera magistral, negando una y otra vez tener conocimiento alguno de los originales ni ninguna responsabilidad en la impresión. Consiguió distribuir ilegalmente varios libros, en Holanda y en el extranjero, pero no está claro cuántos exactamente.
Así, las palabras de Spinoza estaban seguras en muchas bibliotecas privadas de Europa, en claro desafío a las Iglesias y a las autoridades. En Francia, en particular, fue muy leído. No hay duda de que los aspectos más accesibles de la obra (la parte que trataba de la religión organizada y de su relación con el Estado) eran asimilados y, en muchos rincones, admirados. No obstante, Iglesias y autoridades ganaron en gran parte su batalla, porque las ideas de Spinoza difícilmente podían citarse impresas desde una consideración positiva. La amonestación fue implícita en lugar de legislarse de manera patente, pero de esta manera produjo resultados incluso mejores.
Pocos filósofos o políticos se atrevían a ponerse de parte de Spinoza, porque ello hubiera sido provocar el desastre. Apoyar cualquier declaración con la cita explícita de las argumentaciones de Spinoza o hacer remontar una idea a sus textos hubiera socavado las probabilidades de que se escuchara dicha declaración. Spinoza era anatema. Esto se aplicó en toda Europa durante la mayor parte de los cien años que siguieron a su muerte. Por el contrario, las referencias negativas eran bien recibidas y abundantes. En algunos lugares, como fue el caso de Portugal, las menciones a Spinoza conllevaban un obligado calificativo peyorativo, como “sinvergüenza”, “pestilente”, “impío” o “estúpido”.
En ocasiones las opiniones críticas eran cortinas de humo y consiguieron diseminar las ideas de Spinoza de manera encubierta. El ejemplo más notable de este escarnio confuso fue el artículo de Pierre Bayle sobre Spinoza en el Dictionnaire Philosophique et Critique. Mª. L. Ribeiro Ferreira sostiene que Bayle fue, desde luego, ambivalente y quizá voluntariamente ambiguo en su texto; en realidad, consiguió llamar la atención sobre las opiniones de Spinoza, al tiempo que parecía rechazar sus ideas. Resulta notable que el apartado dedicado a Spinoza sea el más extenso de todo el diccionario.
POCOS FILÓSOFOS SENSATOS RINDIERON HOMENAJE PÚBLICO A SPINOZA, Y MUCHO MENOS ASUMIERON EL PAPEL DE DISCÍPULOS O CONTINUADORES
Sin embargo, otras veces no se permitió que se mantuvieran la incertidumbre y la ambivalencia inteligentes, y se apremió s los admiradores secretos para que expurgaran sus escritos del impío espinozismo. O si no… Un ejemplo significativo se refiere a El Espíritu de las Leyes, la principal contribución de Montesquieu a la Ilustración (1748). Las ideas de Montesquieu sobre la ética, Dios, la religión organizada y la política son absolutamente espinozianas y, como cabía esperar, fueron denunciadas como tales. Parece que Montesquieu no previó lo destructivos que llegaron a ser los ataques. No mucho tiempo después de la publicación, se obligó a Montesquieu a negar el espinozismo de sus ideas y a hacer una declaración pública de su fe en un Dios creador cristiano. ¿Cómo podía este creyente tener algo que ver con Spinoza? Tal como J. Israel explica el episodio, las reservas sobre Montesquieu persistieron y el Vaticano no quedó convencido. Caute! [El sello de Spinoza era una rosa con el lema: Cautela.]
A medida que el registro se fue purificando de las referencias a Spinoza, sus ideas se hicieron progresivamente más anónimas para las generaciones futuras. La influencia de Spinoza era no reconocida. Spinoza fue puesto en la picota y expoliado. En vida su identidad era conocida, pero sus ideas eran sub rosa; después de su muerte, las ideas flotaban libremente, si bien la identidad del autor sólo era evidente a los contemporáneos y fue cuidadosamente ocultada al futuro.
Por fortuna, este estado de cosas está cambiando. Recientemente ha quedado claro que la obra de Spinoza fue un motor decisivo para el desarrollo de la Ilustración, y que sus ideas colaboraron a dar forma al debate intelectual central de la Europa del siglo XVIII, aunque la historia del período apenas permitiría que nadie lo creyera. J. Israel defiende esta hipótesis y revela importantes datos silenciados que condujeron a tantos a creer que la influencia de Spinoza había muerto con él.
Israel ofrece pruebas contra la impresión generalizada de que la obra de Locke dominara el debate desde fases muy tempranas de la Ilustración. Por ejemplo, una de las publicaciones fundamentales de la Ilustración, La Enciclopedia de Diderot y d’Alembert, dedica cinco veces más espacio a Spinoza que a Locke, aunque dedica más elogios a Locke, quizá, como sugiere Israel, “con un propósito de distracción”. Israel también señala que el Grosses Universal Lexicon, de Zedler (1750), la más extensa enciclopedia del siglo XVIII, las entradas relativas a “Spinoza” y el “espinozismo” son más extensas que la modesta entrada de “Locke”. La estrella de Locke sube, pero más tarde.
Lamentablemente, pocos filósofos de mente sensata, jóvenes o viejos, rindieron un homenaje público a Spinoza, y mucho menos asumieron el papel de discípulos o continuadores. Ni siquiera Leibniz lo hizo, aunque leyó todos los escritos de Spinoza antes de que se publicaran y es posible que fuera la mente más cualificada de su época para apreciarlo. Se puso rápidamente a cubierto, como la mayoría de los demás, y adoptó una posición crítica mesurada. Las luminarias oficiales de la Ilustración hicieron lo mismo. En privado resultaron iluminadas por Spinoza; en público, lo censuraron. El pequeño poema de Voltaire sobre Spinoza es un ejemplo de la crítica pública y de la ambivalencia obligada hacia el filósofo. En mi traducción, el poema reza así:
“Y entonces, un pequeño judío, de larga nariz y pálida tez,
pobre, pero satisfecho, pensativo y reservado,
espíritu sutil y huero, menos leído que celebrado,
escondido bajo la capa de Descartes, su maestro,
caminando con pasos mesurados, se acerca al gran ser:
Perdonadme, dice, hablándole muy bajito,
pero, entre nosotros, pienso que no existís.”
EINSTEIN, EL EMBLEMÁTICO CIENTÍFICO DEL SIGLO XX, SE SENTÍA MUY CÓMODO CON LAS IDEAS DE SPINOZA SOBRE EL UNIVERSO Y DIOS
Después de la Ilustración la influencia de Spinoza se hizo más abierta. Citar a Spinoza ya no era ofensivo. Hay un mundo secular creciente que ha transformado a Spinoza en su profeta, por lo general “poco leído, mal leído o no leído en absoluto”, tal como G. Albiac lo explicó de manera muy precisa. Pero algunos lo leen y viven según sus luces. Filósofos tales como Jacobi, Novalis y Lessing introdujeron al pensador a una audiencia distinta y a un siglo distinto. Goethe lo aceptó y se convirtió en su defensor, no dejando ninguna duda sobre la influencia de Spinoza en su persona y en su obra.
Los poetas ingleses fueron defensores igualmente clamorosos. Coleridge absorbió a Spinoza, y lo mismo hizo Wordsworth, espontáneamente ebrio con la naturaleza y ebrio de la ebriedad de Spinoza con lo divino en la naturaleza. Y lo mismo hicieron Shelley, Tennyson y Eliot. Spinoza pudo haberse reincorporado antes a la filosofía si Kant no hubiera rehusado leerlo, y si David Hume hubiera sido más paciente. Asimismo, Hegel proclamó: “Para ser un filósofo, primero has de ser un espinozista; si no tienes espinozismo, no tienes filosofía”.
La influencia de Spinoza en los campos de la ciencia contemporánea unidos de forma más natural a sus ideas, la biología y la ciencia cognitiva, resulta prácticamente ausente. Pero está claro que no fue éste el caso en el siglo XIX, época en la que Wundt y Helmholtz, dos de los fundadores de las ciencias de la mente y el cerebro, eran ávidos seguidores de Spinoza. Al leer la lista de científicos internacionales que se unieron en 1876 para erigir la estatua de Spinoza que ahora se ubica en La Haya, encontré tanto a Wundt como a Helmholtz, así como a Claude Bernard. ¿Pudo ser que Spinoza inspirara la preocupación de Bernard por la idea de un estado vital equilibrado?
En 1880, el fisiólogo J. Müller señaló “la sorprendente semejanza entre los resultados científicos conseguidos por Spinoza hace dos siglos, y los que han alcanzado en nuestros días investigadores que, como Wundt y Haeckel en Alemania, Taine en Francia, y Wallace y Darwin en Inglaterra, han llegado a cuestiones picológicas a través de la fisiología”. Mi sugerencia de que Spinoza fue un predecesor del pensamiento biológico moderno le parecía evidente a Müller, y a Pollock, quien dijo, aproximadamente por la misma época, que Spinoza “tiende a convertirse cada vez más en el filósofo de los hombres de ciencia”.
El reconocimiento parece secarse de nuevo en el siglo XX. Por ejemplo, aparentemente Spinoza tuvo una influencia importante en Freud. El sistema de Freud necesita el aparato de autopreservación que Spinoza propuso en su conatus, y hace un uso abundante de la idea de que las acciones de autopreservación se activan de manera inconsciente. Pero Freud no citó nunca al filósofo. Cuando se le preguntó sobre esta cuestión, se tomó mucho trabajo para explicar la omisión. En una carta a Lothar Bickel en 1931, Freud escribía: “Confieso sin dudarlo mi dependencia de las enseñanzas de Spinoza. Si nunca me preocupé de citar directamente su nombre es porque nunca extraje los principios de mi pensamiento del estudio de este autor, sino de la atmósfera que él creó”. En 1932, Freud cerró la puerta de una vez por todas a cualquier reconocimiento. En otra carta, esta vez a Hessing, decía: “He tenido, durante toda mi vida, una estima extraordinaria hacia la persona y el pensamiento de este gran filósofo. Pero no creo que esta actitud me confiera el derecho de decir públicamente nada sobre él, por la buena razón de que no tendría nada que decir que no hayan dicho otros”.
Tres décadas más tarde el conocido psicoanalista francés Jacques Lacan trató de la influencia de Spinoza de una manera algo diferente. En su conferecnia inaugural de 1964 en la École Normale Supérieure, que llevaba el sugerente título de “La excomunión”, Lacan explicó de qué manera la Asociación Picoanalítica Internacional intentó evitar que enseñara a psicoanalistas y lo expulsó de sus filas. Comparó esta decisión a una excomunión mayor y recordó a su audiencia que éste fue precisamente el castigo que Spinoza recibió el 27 de julio de 1656.
Hay una importante excepción en toda esta negación del padre. Albert Einstein, el emblemático científico del siglo XX, no dudó en reconocer que Spinoza había tenido una profunda influencia en él. Einstein se sentía muy cómodo con las opiniones de Spinoza sobre el universo en general y sobre Dios en particular.
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