Fragmento 178
Somos muerte. Esto que consideramos vida, es el sueño de la vida real, la muerte de lo que verdaderamente somos. Los muertos nacen, no mueren. Nuestros mundos están invertidos. Cuando consideramos que vivimos, estamos muertos; vamos a empezar a vivir, en cambio, cuando seamos moribundos.
La relación que hay entre el sueño y la vida es la misma que hay entre lo que llamamos vida y lo que llamamos muerte. Estamos durmiendo, y esta vida es sueño, no en un sentido metafórico ni poético, sino en un sentido verdadero.
Todo aquello que en nuestras necesidades consideramos superior, todo eso participa de la muerte, todo eso es la muerte. ¿Qué es lo ideal, sino la confesión de que la vida no sirve? ¿Qué es el arte sino la negación de la vida? Una estatua es un cuerpo muerto, esculpido para fijar la muerte, en materia incorruptible. Incluso el placer, que tanto parece una inmersión en la vida, es más bien una inmersión en nosotros mismos, una destrucción de las relaciones entre nosotros y la vida, una sombra convulsiva de la muerte.
Poblamos sueños, somos sombras vagando a través de florestas imposibles, en las que los árboles son casas, costumbres, ideales, ideales y filosofías.
¡No encontrar nunca a dios, no saber nunca, ni siquiera, si Dios existe! Pasar de mundo a mundo, de encarnación a encarnación, siempre inmersos en la ilusión que protege, siempre en el error que acaricia.
¡La verdad nunca, la intemperie nunca! ¡La unión con Dios nunca! ¡Nunca enteramente la paz, pero siempre un poco de paz, siempre un anhelo de paz!
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