A lo largo de los años Oliver Sacks se ha convertido en un reputado neurólogo que, gracias a su forma de narrar historias clínicas, ha acercado al gran público esta rama de la ciencia tan intrincada y, en ocasiones, sorprendente. Cualquiera que lo haya leído sabe dónde reside su atractivo, lo que hace que alguien sin conocimientos médicos devore sus libros como si se tratara de cuentos o novelas. El doctor Sacks habla, más que de enfermedades o trastornos, de pacientes (mejor dicho, de personas) y de cómo esa dolencia afecta a una vida concreta. Como un Sherlock Holmes que ausculta la mente, analiza los sentidos y los observa a la luz de las acciones más cotidianas; lo que prima en sus textos es la experiencia de la enfermedad, su mano a mano con quien la vive a diario.
Su última obra, Musicofilia. Relatos de la música y el cerebro, aúna dos de sus grandes pasiones: la neurología y la música, que en estas páginas se entretejen en un intento de comprenderse mutuamente. Cómo el cerebro percibe e interpreta la música, cómo ésta es capaz de despertar zonas dañadas de nuestra mente.
En el prefacio, Sacks señala que la propensión humana hacia la música surge en la infancia y, yendo más atrás, en los comienzos mismos de la humanidad y las culturas. Si bien su origen no está claro, ni tampoco su utilidad biológica, está tan arraigada en nuestra naturaleza que podríamos considerarla prácticamente innata.
Todos nosotros (con muy pocas excepciones) podemos percibir la música, los tonos, el timbre, los intervalos, los contornos melódicos, la armonía y (quizás de una manera sobre todo elemental) el ritmo. Integramos todas estas cosas y “construimos” la música en nuestras mentes utilizando muchas partes distintas del cerebro. Y a esta apreciación estructural en gran medida inconsciente de la música se añade una reacción emocional a menudo intensa y profunda.
La idea de escribir este libro nació en 1966, al descubrir los efectos que tenía la música en pacientes con Parkinson profundo (su experiencia con ellos fue narrada en Despertares). A partir de entonces, Sacks fue recogiendo cada una de las historias personales de quienes, tras sufrir una lesión cerebral o una enfermedad, desarrollaron una particularidad hacia la música.
‘Musicophilia’ se publicó en su lengua original en octubre de 2007, por lo que esta primera edición en castellano (marzo de 2009) recoge el texto revisado y aumentado que apareció un año después. Gracias a estos añadidos conocemos mejor la evolución de los pacientes, así como más casos o curiosidades sobre algunos de los fenómenos analizados, debido a las numerosas cartas que recibió Sacks tras la publicación del libro.
Resulta difícil destacar sólo algunas de las historias que componen ‘Musicofilia’, pues casi todas nos revelan datos interesantes sobre la relación entre la música y el cerebro. Lo más llamativo de lo que nos cuenta el doctor Sacks (no sólo en esta obra, sino en todos sus libros anteriores), es la sorpresa del lector ante la “diferencia”. Tenemos tan asumidos los procesos biológicos, neurológicos, nerviosos, considerados “normales”, que nos resulta tremendamente chocante descubrir uno que funcione bajo otras premisas o, sin ir tan lejos, la mayoría de las veces no somos conscientes de lo más obvio. Cuando leí Un antropólogo en Marte quedé muy sorprendida con la historia de Virgil, un hombre que fue operado de cataratas tras vivir casi ciego desde los 6 años (la operación se produjo cuando rondaba los 50). Virgil tuvo que “aprender a ver”, a interpretar el mundo desde un sentido que hasta el momento había sido inexistente: conciliar lo que le mostraban los ojos con los sonidos, las formas, el espacio.
De modo similar, en ‘Musicofilia’ aprendemos cómo hay personas que son incapaces de percibir la música como tal (amusia), que sufren de disarmonía o arritmia, mientras otras poseen oído absoluto (como siempre se dijo de Mozart). Hay quienes no pueden reconocer ninguna melodía, ni siquiera el ‘Cumpleaños feliz’, o como el neurólogo amigo de Sacks, François Lhermite, que afirma que identifica una única melodía en el mundo, ‘La Marsellesa’ (Ulysses S. Grant aseguraba que conocía dos canciones: Una es ‘Yankee Doodle’ y la otra no). En el lado opuesto nos encontramos con Martin, con retraso mental profundo, que sabe de memoria más de dos mil óperas completas; es lo que se conoce como “savant” musical. Acostumbrados desde niños a la presencia de la música, nos resulta increíble que para unas pocas personas ésta no sea más que un espantoso ruido desordenado, similar al de varias cacerolas estrellándose contra el suelo.
Sin duda alguna, de todas las historias narradas en este libro la más dramática es la de Clive Wearing, un músico y musicólogo inglés que a los cuarenta y cinco años sufrió una devastadora infección cerebral que afectó gravemente a su memoria. Desde entonces, su rango de memoria es de siete segundos. Es espeluznante leer su diario, en el que escribe, una y otra vez, anotaciones del tipo: 2.10 pm: esta vez estoy perfectamente despierto (…) 2.14 pm: esta vez estoy por fin despierto (…) 2.35 pm: esta vez absolutamente despierto…; o ver imágenes grabadas en las que saluda a su esposa como si fuera la primera vez en el día, cuando en realidad hace tiempo que se encuentra en la habitación. Pero cuando Clive se sienta al piano, comienza su contacto con el mundo: todo su saber musical, su capacidad para tocar el piano y el órgano, para cantar o dirigir un coro se conservan intactas.
Una vez más, Oliver Sacks me ha descubierto nuevos rincones de nuestro cerebro, su complejo funcionamiento y su adaptación en casos extremos. Admiro a este hombre apasionado de Bach y la botánica, que come lo mismo cada día de la semana y que puede presumir de darle nombre a un asteroide. Su forma de narrar cada historia, tan cercana al paciente, hace que sus libros no sólo resulten de fácil lectura “para los no iniciados”, sino que se conviertan en verdaderas guías sobre el comportamiento humano.
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