Extracto de http://psicoteca.blogspot.com
A los psicólogos nunca dejará de impresionarnos la capacidad humana para autoengañarse, una actividad que todos realizamos más frecuentemente de lo que parece. Lo interesante es que este acto de autoengaño suele tener, comúnmente, la función y resultado de hacernos más felices, porque cierra nuestros ojos ante las cosas más feas de este mundo. Es por eso que este mecanismo defensivo, protector de nuestra autoestima y felicidad, es adaptativo y puede haber sido seleccionado en el curso de la evolución hasta llegar a nuestros días.
De todas las formas de autoengaño que practicamos con mayor o menor frecuencia, las hay particularmente interesantes. Una de ellas es la creencia denodada y contra toda evidencia en una especie de "justicia universal" que los psicólogos llaman "creencia en el mundo justo" (Lerner, 1980). Esta creencia es tan generalizada que se ha trasladado al lenguaje coloquial en forma de numerosas expresiones y frases hechas, como "el tiempo pone a cada uno en su sitio", "quien siembra vientos recoge tempestades", y otras que podréis identificar por vuestra cuenta sin mucho esfuerzo. En este post voy a hablaros de algunos curiosos estudios que demuestran esta generalizada –e infundada- creencia en una forma de justicia universal.
Situaciones de azar vs. situaciones de habilidad
Pocos han elaborado esta distinción tan claramente como Langer (1975) en su recomendable artículo sobre la ilusión de control. Las situaciones a las que nos enfrentamos (o que simplemente presenciamos) en nuestra vida pueden clasificarse en función de si permiten o no la posibilidad de ser influenciadas o controladas por los individuos. Hay situaciones dominadas por el azar, y otras en las que la habilidad de los actores tiene algún papel. Valgan un par de ejemplos sencillos: La capacidad atlética de un corredor es fundamental en el resultado de una prueba de 100 metros lisos (situación de habilidad), y por lo tanto dicho corredor tiene algún control sobre el resultado. Por otro lado, las habilidades de un jugador de póker no pueden afectar en absoluto a las cartas que le hayan tocado al repartir la baraja (situación de azar), y concluiremos que el jugador no tiene control alguno sobre este resultado: si le han tocado malas cartas, no dependerá de sus habilidades, empeño, voluntad, etc.
Evidentemente, nuestra vida está plagada de situaciones en las que no existe el control del resultado por parte del individuo: los juegos de azar como la lotería, los accidentes, algunas enfermedades, los encuentros casuales... No obstante, los seres humanos nos resistimos a aceptar que el azar pueda dominar una parte importante de nuestras vidas. Esta realidad representaría un ataque en toda regla a nuestra autoestima, pues nos obligaría a vernos como lo que somos a menudo: muñecos moviéndose de un lado a otro a merced de un mar de olas aleatorias que golpean desde mil direcciones. Nos gusta más la imagen de un universo ordenado donde todo tiene una explicación lógica y sencilla, pensar lo contrario nos hace sufrir.
En consecuencia, y para evitar ese sufrimiento, interviene el autoengaño, y tendemos a tratar las situaciones de azar como si fueran situaciones de habilidad (es decir, tratamos las situaciones incontrolables como si pudiéramos controlarlas). Un jugador de lotería se siente más confiado en que va a obtener el premio si le permiten escoger el número con el que va a jugar (Langer, 1975); un jugador en un casino pondrá mucho cuidado y concentración al arrojar los dados sobre la mesa para conseguir el número que desea (Henslin, 1967), o bien acarreará amuletos para "atraer la buena suerte"; los familiares de un fallecido en un accidente buscarán una explicación más allá de la pura casualidad o el azar (Kushner, 1981)... En este proceso de autoengaño intervienen múltiples factores que pueden estudiarse desde muchos puntos de vista.
El mundo justo
La misma motivación (es decir, la protección de nuestra autoestima ante un mundo repleto de situaciones dominadas por el azar, ante las que estamos desprotegidos) subyace a la creencia generalizada en que las acciones y sus resultados comparten la misma valencia afectiva. Ésta es la "hipótesis del mundo justo": los actos buenos tienen consecuencias positivas, mientras que los actos malos tienen consecuencias negativas; las cosas buenas les suceden a las buenas personas, pero las cosas malas les suceden a las personas malvadas (Langer, 1975; en realidad, Piaget ya observó este tipo de razonamiento con anterioridad, pero lo vinculó a los estadios de desarrollo previos a la edad adulta, algo que como veremos no es cierto). Esta creencia en la justicia universal elimina el papel del azar, incluso en situaciones donde el azar es claramente el único o principal determinante, y por esto nos hace sentir más cómodos en el mundo. Vamos ahora a ver algunos ejemplos donde la creencia en el mundo justo se investiga empíricamente.
En uno de sus experimentos, Lerner (1965) pidió a sus participantes que evaluasen las aptitudes de dos trabajadores, uno de los cuales había obtenido una bonificación por casualidad. Sistemáticamente, los participantes juzgaron más competente a este trabajador que fue recompensado, incluso aunque supieran que esto ocurrió de manera fortuita, accidental. Es como si quisieran "poner las cosas en su sitio": si recibió la recompensa, tuvo que merecerla, porque si no el mundo sería un lugar injusto.
En la misma línea, Lerner y Simmons (1966) complementaron el anterior experimento con un estudio en el que los participantes observaron como otro participante (realmente, un actor conchabado con el experimentador) recibía descargas eléctricas como castigo a errores menores en un experimento en el que creían estar tomando parte. En aquellas situaciones en las que los participantes no podían hacer nada para evitar que esta persona fuera castigada, se observó cómo los sujetos tendían a devaluar o negar el sufrimiento de la víctima. De nuevo, parecían mostrar preferencia por la hipótesis del mundo justo: "si no puedo actuar para detener tu castigo, entonces es mejor creer que te lo mereces, o que no es tan doloroso, y así no me siento mal por ello".
Tienes lo que te mereces
Profundizando más en el estudio de la creencia en el mundo justo, Callan, Ellard y Nicol (2006) llevaron a cabo una serie de experimentos en los que manipularon una variable que resultó ser clave: la valencia afectiva (bueno vs. malo) de los actos que unos individuos llevaron a cabo antes de pasar por una situación de azar (no controlable). Los participantes en los experimentos de Callan y colaboradores leyeron dos historias diferentes, en una de ellas el protagonista obtenía un evento positivo por azar (ganar la lotería), y en la otra pasaba por una situación negativa también por azar (ser víctima de un accidente de automóvil). Además de esto, se ofreció información distinta acerca de los protagonistas de estas historias: a la mitad de los participantes se les dijo que el protagonista ganador de la lotería había tenido un buen comportamiento previamente al sorteo, a la otra mitad se les dio la información opuesta; del mismo modo, la mitad de los participantes fue informada de que el protagonista de la historia del accidente de carretera había engañado a su pareja recientemente ("mala persona"), mientras que la otra mitad de los participantes solamente supo que el protagonista estaba planeando unas vacaciones familiares ("buena persona"). Los resultados mostraron cómo, en ambas historias, los sujetos juzgaron que estos eventos objetivamente incontrolables (ganar la lotería, ser víctima de un accidente) fueron resultado de las acciones previas de los protagonistas (tener buen comportamiento, cometer adulterio) sólo cuando la valencia de estas acciones coincidía con la de los eventos. Es decir, tanto el triunfo en el sorteo como el accidente se reconocieron como eventos fruto del azar e incontrolables cuando éstos no "encajaban" (suponiendo que el mundo es justo) con los actos previos del protagonista: si una persona mala y mezquina gana un sorteo es porque ha tenido suerte; si una buena persona es atropellada mortalmente no ha sido culpa suya. Sin embargo, cuando los actos coincidían con los eventos experimentados por los protagonistas, la creencia en el mundo justo salía a relucir: si el protagonista de una de las historias ganó el sorteo, se debe a que es una buena persona; si el otro protagonista fue atropellado, fue por haber cometido adulterio. En otras palabras: según los sujetos del estudio, ambos protagonistas merecían lo que les pasó (sea positivo o negativo), y no sólo eso, sino que estos eventos fueron entendidos como el fruto lógico de sus actos (porque en el mundo justo, los actos buenos producen recompensas, mientras que los actos malvados derivan en castigos).
Por último, voy a comentar otro estudio que añade un factor de lo más interesante: el atractivo físico del protagonista. Callan, Powell y Ellard (2007) pusieron sobre la mesa la creencia de que "los guapos son buenos" que tanto han contribuido a perpetuar los cuentos infantiles y, con escasas excepciones, las películas de Disney y Hollywood (¿no es frecuente que los heroicos protagonistas de estos cuentos y películas sean retratados a la vez como hermosos y bondadosos, y para completar el cuadro acaben triunfando en sus gestas?). Cuando nos presentan a una persona físicamente atractiva, le atribuimos cualidades positivas, también en el plano moral ("son buenas personas"). Imagine el lector que asiste a la representación de una tragedia, la muerte de una mujer, como hicieron los participantes (mayoritariamente mujeres) del estudio de Callan y colaboradores (2007). La trampa vino a continuación: la mitad de los participantes observaron la muerte de una mujer hermosa, mientras que los demás asistieron a la muerte de una mujer no tan atractiva. Como podemos imaginar a estas alturas, los primeros juzgaron la tragedia como indudablemente más injusta y dolorosa que los otros. Curiosamente, el mecanismo funciona en dos direcciones, puesto que en un segundo experimento se invirtió el orden de los acontecimientos. Los sujetos leyeron un relato en el que una mujer resultaba herida en un incendio accidental en una casa (es decir, que fue víctima de una injusticia). A continuación, debían escoger en un banco de imágenes la cara de la protagonista tal como la habían imaginado al leer la historia. Aquellos participantes a los que se les hizo creer que el sufrimiento de la mujer había sido grande escogieron caras significativamente menos atractivas que aquellos a los que se les dijo que las secuelas del incendio habían sido mínimas. De nuevo, la "injusticia" no cabe en la cabeza de los participantes: si la mujer fue herida salvajemente, no podía ser bonita, esto sería "injusto".
En cualquier caso, todo el proceso de autoengaño cumple su objetivo al presentarnos un mundo justo en el que las personas no son recompensadas o castigadas por azar, sino porque lo merecen (y sorprendentemente la belleza física cuenta como "bondad" en este razonamiento). Infundadamente, "rellenamos" los espacios huecos que preceden a todo aquello que sucede por azar o por razones desconocidas, mediante la atribución de estos eventos a causas que nos parecen lógicas y justas. Así ponemos orden en el mundo, aunque lo hagamos de espaldas a la realidad. En mi opinión, ser irracionales nos protege de un vacío insoportable de mirar, y por eso la evolución nos hizo así. Irracionales.
Referencias:
Callan, M., Ellard, J., & Nicol, J. (2006). The Belief in a Just World and Immanent Justice Reasoning in Adults Personality and Social Psychology Bulletin, 32 (12), 1646-1658 DOI: 10.1177/0146167206292236
Callan, M., Powell, N., & Ellard, J. (2007). The Consequences of Victim Physical Attractiveness on Reactions to Injustice: The Role of Observers’ Belief in a Just World Social Justice Research, 20 (4), 433-456 DOI: 10.1007/s11211-007-0053-9
Henslin, J. M. (1967). Craps and magic. American Journal of Sociology, 73, 316-330.
Kushner, H. S. (1981). When bad things happen to good people. New York: Abon Books.
Langer, E. J. (1975). The illusion of control. Journal of Personality and Social Psychology, 32, 311-328.
Lerner, M. J. (1965). Evaluation of performance as a function of performer's reward and attractiveness. Journal of Personality and Social Psychology, 1, 355-360.
Lerner, M. J. (1980). The belief in a just world: A fundamental delusion. New York: Plenum.
Lerner, M. J., y Simmons, C. H. (1966). Oberver's reaction to the "innocent victim": Compassion or rejection? Journal of Personality and Social Psychology, 4, 203-210.
Extracto de http://www.cop.es
ILUSIÓN DE CONTROL
De acuerdo con los estudios sobre la ilusión de control, el hecho de que los sujetos puedan realizar cualquier acción o elección que remotamente pueda tener alguna influencia en el proceso que está intentando controlar tiene influencia en el comportamiento del individuo. (Langer, 1975; Rodin y Langer 1977; Dunn y Wilson 1990; Johnston et al, 1992). Hacer cualquier elección en una tarea absolutamente aleatoria, por ejemplo el hecho de tirar los dados en las apuestas, influye en el comportamiento del sujeto.
CONTROL PERCIBIDO Y SU EFECTO EN EL DOLOR
M.Weisenberg admite el control percibido como una variable que media en el dolor agudo y en el crónico. Se han realizado experi-mentos dejando al pacien-te que controle la medicación que toma en los postoperato-rios con reducción de las dosis de medicación y con reportes de menos dolor.
Dar a los sujetos algún grado de control sobre las estímula-ciones dolorosas en situaciones de laboratorio reduce el estrés e incrementa la tolerancia al dolor. Se explica porque la incerti-dumbre incrementa la ansiedad. Averill piensa que la disminución de la incertidumbre es más importante que la conducta de control en si misma. Parece que influye también el grado de arousal que se genera en la situación, el control es más impor-tante en altos grados de arousal. Si el control supone una vigilancia continuapuede aumentar la ansiedad y no ser efectivo. En situaciones más predictibles los sujetos se adaptan menos al dolor en base a que entre choques se pueden relajar.
La hipótesis del minimax asegura que el control permite a la persona saber que existe un límite al daño que se puede hacer mientras que las personas sin control no tienen conciencia de ese mínimo.
No todas las personas quieren ejercer control sobre la situa-ción dolorosa. algunas prefieren dejarlo para el médico. Parece que los sujetos con autoeficacia percibida como baja prefieren dejar el control al experimentador o al médico.
Una vez realizadas las conductas de afrontamiento, se puede realizar una atribución de su éxito o fracaso. Este proceso de atribución está en la base del control percibido. No basta que el afrontamiento haya sido efectivo o no para poder deducir las consecuencias en el individuo. Es la respuesta de atribu-ción la que media en el proceso de percepción del control.
Se admite que las dimen-siones en las que se realiza esta atribu-ción (Weiner, 1979) son:
Externa-interna
Global-específica
Estable-inestable
De acuerdo con estas atribuciones se orientará las ulteriores respuestas de coping del sujeto.
En un proceso de dolor crónico fallan los mecanismos de coping y se da el fenómeno de no contingencia que está en la base de la teoría de la indefensión aprendida sobre la depresión (Abramson, 1978).
En un estudio interesante a la mitad de los pacientes con jaqueca recibieron feedback para incrementos de EMG. la otra mitad para reducciones de tensión en el músculo frontal. A todos los suje-tos, sin embargo se les dijo que habían aprendi-do a decrementar la tensión en los músculos. En cada uno de estos grupos a la mitad recibieron un feedback indicando altos niveles de éxito mientras que la otra mitad débiles. Indepen-dientemente de la dirección del feedback del EMG los pacientes que recibieron un alto feedback de éxito mostraron mayores reducciones significati-vas de las jaquecas y mayores y signi-ficativas puntuaciones en autoeficacia.
Relación entre las expe-riencias de aprendizaje y los procesos de atribución. Parece que estas experiencias tienen poco efecto en la elevación o el fortalecimiento de las creencias de autoe-ficacia si no se atribuyen al propio esfuerzo y/o habili-dad.
La ilusión de control en el juego patológico
(Resumen de Ladouceur, R. ,1993 Aspectos fundamentales y clínicos de la psicología de los juegos de azar y de dinero. Psicología conductual Vol. 1 No. 3 pp. 351-360)
"Ellen Langer (1975) afirma que los jugadores desarrollan una percepción de control ilusorio en lo que se refiere a juegos de azar y de dinero. El individuo, en situación de juego, recurriría a sus habilidades o a su destreza y desarrollaría unas nuevas estrategias para vencer al azar. Así, sobrevaloraría sus posibilidades subjetivas de ganar. En lo que se refiere a esto, recordemos tan sólo al jugador de ruleta que anota sistemáticamente a lo largo de noches enteras todos los números a fin de utilizarlos, en el momento que juzgue oportuno y hacer la apuesta ganadora. No estamos acostumbrados como seres inteligentes que somos a considerar el azar como una explicación justa y plausible de un acontecimiento. Invocamos habitualmente al azar cuando tocamos las fronteras de nuestro conocimiento o cuando abordamos un fenómeno completamente inhabitual. Estudios empíricos demuestras que cuando estos sujetos debe genera números al azar son incapaces de hacerlo.
En efecto, los estudios demuestras que los individuos son generalmente incapaces de producir secuencias aleatorias y mantienen una gran confusión en lo que se refiere a la parte concerniente al azar y a las habilidades en diferentes juegos. Wagenaar (1988) publicó una brillante discusión sobre este problema desconocido para la mayoría de los clínicos. Los sujetos de este estudio tienden a evitar, de forma excesiva, las repeticiones, produciendo un número demasiado grande de alternancias. En el laboratorio de Ladouceur se han realizado una serie de estudios sobre el tema (Ladouceur y Bordier 1991). El error cognitivo que está e la base de esta desviación es que la gente es incapaz de tener en cuenta la independencia de los acontecimientos. Esta dificultad sería, nuestra opinión, el elemento más importante para comprender la dinámica del jugador en nuestro programa de terapia.
A lo largo de sus investigaciones, llevadas a cabo para verificar los diversos factores que influencian la ilusión de control, han observado un fenómeno inesperado: la asunción de riesgo monetario aumentaba a medida que participaba en el juego. El contacto o la exposición al juego incita al jugador a asumir una toma de riesgo monetario creciente, Esta tendencia se manifestaba en todos los juegos (Black jack, Ruleta, Video-poker, Máquinas tragaperras) y en todas las categorías de jugadores participantes, (principiantes, habituales, patológicos) que juegan solos o en grupo. (Ladouceur, Tourigny y Mayrand, 1986). Este resultado ha sido hallado con tal constancia en todos nuestros trabajos que está claro que el efecto entrenamiento en los juegos de azar ocupa un papel crucial y que será importante tenerlo en cuenta cuando abordemos el tratamiento de los jugadores patológicos. Se encuentra una bonita ilustración de este hecho con la ocasión de una partida de cartas entre amigos. Antes de terminar el juego al final de la partida un jugador propone una apuesta tan elevada que hubiera sido juzgada inaceptable o insensata por todos los participantes si esta hubiera sido hecha al principio del juego. Pero, ¿Este efecto del entrenamiento es rápido?, ¿Hacen falta varias sesiones de juego para observarlo? ¿es duradero?. Los autores han contestado a estas preguntas observando en tres sesiones de ruleta a los jugadores principiantes y a los habituales. Anotaban cada día la suma de dinero o de fichas apostadas. Querían conocer la evolución de las apuestas a lo largo de varias sesiones de juego y sobre todo el nivel de partida de las apuestas en relación con las de la sesión anterior. Los resultados muestran una toma de riesgo que se mantiene en el tiempo ya que los jugadores, principiantes o habituales, no volvían nunca a su apuesta inicial de la primera sesión. Empezaba la sesión subsiguiente apostando más fuerte que al principio de la sesión precedente. Pero un resultado inesperado fue que en la última sesión de juego, ya no se podía distinguir la curva de la toma de riesgo monetario de los jugadores habituales de la de los jugadores principiantes. Ladouceur et al (1986). Es necesario señalar que la tendencia no era que los jugadores habituales se hubieran vuelto más avariciosos en sus apuestas."
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