Es obligado conocer la obra de Adam Curtis si se desea comprender el funcionamiento de la sociedad, geopolítica, e historia modernas. Sus documentales nos abren la puerta al conocimiento del mundo en que vivimos.
Fuera de Gran Bretaña solo es conocido en círculos reducidos, lo que no le ha impedido recibir numerosos premios. Pese a ello, su obra aún no se edita en numerosos países como el nuestro.
Documentalista británico Nacido en 1955. Trabajó como escritor, productor, director y narrador. Actualmente trabaja para la BBC. Es conocido por hacer programas que expresan una clara (y, a veces, polémica) opinión.
Estudió una licenciatura en Ciencias Humanas (Que incluía cursos en genética, psicología, política, geografía y estadística elemental) en la Universidad de Oxford, donde posteriormente enseñó.
Trabajo en el programa That's Life!, donde aprendió a encontrar el humor en temas serios.
Curtis hace un uso intensivo de los archivos, mostrando gran habilidad en su localización.
"La BBC tiene un archivo de todas esas cintas donde acaban objeto de dumping todas las noticias que nunca se muestran. Una cinta por cada tres meses. Así que lo que obtienes es este extraño collage, un tesoro accidental. Te sientas en un cuarto oscuro, a ver todos estos momentos una gran cantidad de información, y buscar conexiones ".
Obras:
1988: An Ocean Apart. Episodio Uno "Hats Off to Wilson" (en relación con el proceso por el cual los Estados Unidos participó en la Primera Guerra Mundial).
1992: Pandora's Box examina los peligros de la racionalidad tecnocrática y política. Recibió el Premio BAFTA a la Mejor Serie de hechos.
1995: The Living Dead investiga la manera en que la historia y la memoria (tanto a nivel nacional como individual) han sido utilizadas por los políticos y otros.
1996: 25 Million Pounds, un estudio de Nick Leeson y el colapso del Barings Bank. Ganó el Mejor Documental Naturaleza y Ciencia en el 1998 San Francisco International Film Festival.
1997: The Way of the Flesh cuenta la historia de Henrietta Lacks, la "mujer que nunca morirá". Para ello, ha recibido el Premio Golden Gate 1997.
1999: The Mayfair Set examina la forma en que se permitió a los capitalistas dar forma al clima de los años Thatcher, centrándose en el ascenso del Coronel David Stirling, Jim Slater, James Goldsmith, y Tiny Rowland, todos los miembros del el Club de Clermont, en la década de 1960. Recibió el Premio BAFTA a la Mejor Serie de hechos en 2000.
2002: The Century Of The Self, documenta la forma en que el ascenso de Freud y del individualismo ha llevado al consumismo de Edward Bernays. Recibió el Premio de Radio a la Mejor Serie Documental y el Premio Longman de Historia Actual como Película Histórica del Año. Fue recogida como la cuarta mejor película de 2005 por Entertainment Weekly.
2004: The Power of Nightmares, sugiere un paralelismo entre el ascenso del Islamismo en el mundo árabe y el Neoconservadurismo en los Estados Unidos, con la necesidad de inflar un mito de un peligroso enemigo con el fin de conseguir el apoyos populares.
2007: The Trap - What Happened to our Dream of Freedom, una serie en relación con el concepto moderno de la libertad.
sábado, 31 de diciembre de 2011
"Serpientes y Escaleras" Alan Moore
Guión: Alan Moore
Lápiz: Eddie Campbell
Tinta: Eddie Campbell
Publicado en España por: Aleta Ediciones y Recerca
Formato y Precio: Cómic europeo. 82 páginas b/n. 9,50 €
Crítica de Jose Luis Mora
Mientras otros grandes editores andan publicando ahora los trabajos más "comerciales" de Alan Moore, otros pequeños editores se están animando a publicar sus trabajos más personales como adaptaciones a medio impreso de sus famosas "perfonmances".
Serpientes y Escaleras fue representada por vez primera el año 1999 en el Conway Hall de Londres y posteriormente se publicó en formato libro ilustrado, donde las palabras de Moore fueron convertidas en imágenes por Eddie Campbell, dibujante de algunos guiones de Alan Moore como From Hell.
La historia de Serpientes y Escaleras (si es que tiene historia) es simplemente inclasificable y destaca por la belleza y la poesía que desprenden las palabras de Alan Moore, en una representación donde habla del amor, de la vida, de la muerte y de la magia que nos rodea.
Como nota curiosa, hay que resaltar la conversación mantenida en uno de los capítulos de la obra entre Alan Moore y John Constantine, una de sus más famosas creaciones.
Las ilustraciones de Eddie Campbell son sencillamente soberbias y tienen ese aire surrealista tan apropiado a la obra ideada por Alan Moore.
sábado, 24 de diciembre de 2011
Stephen Jay Gould: "La falsa medida del hombre"
"LA FALSA MEDIDA DEL HOMBRE" de STEPHEN JAY GOULD, por Pepe Crespo.
Desde la medición de los cráneos hasta el uso y abuso de los test de inteligencia, el libro es un alegato a favor del igualitarismo y en contra del determinismo biológico que pretende mantener y justificar el estatus dominante del mundo por ciertos sectores (razas, sexo, naciones, clases sociales…). En algunas ocasiones suele adentrarse en detalles que hoy en día nadie cuestiona (incluso disecciona los cálculos que en su momento pudieron hacer los craneometristas, lo cual resulta casi tan pesado como la explicación del análisis factorial), pero que el autor justifica no solo por interés histórico, sino porque tarde o temprano el mismo tipo de argumentación se repite cuando hay un retroceso en las libertades políticas. Por culpa de las constantes intentonas pseudocientíficas el libro permanece actualizado, y se lee a la luz de un marcado activismo y compromiso moral que compensa sus momentos más técnicos.
La introducción revisada del libro a los quince años de su primera publicación es una advertencia triple. Por una parte avisa reiteradamente al lector de que no se trata de un libro que aspira a refutar todas las falsedades que “defienden la base genética de las desigualdades sociales” sino que se centra en tan solo una de ellas; la de una teoría de la inteligencia innata, unitaria y linealmente clasificable (algo así como que el que es tonto siempre lo será, y que se puede determinar su tontura incluso en una escala numérica que cuantifica de manera milagrosa la inteligencia humana).
De otra parte avisa del contexto político-conservador en el que se publicó el libro, cuando el trabajo de La Curva de Bell ofrecía al público conclusiones científicas que justificaran recortar gastos sociales en perjuicio de los más necesitados que no tenían solución en nuestra sociedad.
Por último se defiende la idea de que el científico sin ningún interés socio-político en su objeto de estudio no existe, y que de existir no sería bueno para la ciencia porque ese interés es el motor que a menudo salva muchos obstáculos en la carrera de la investigación científica.
CAPÍTULO PRIMERO. INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN REVISADA Y AMPLIADA: REFLEXIONES A LOS QUINCE AÑOS.
Introduce el determinismo biológico moderno que consiste en la idea de inteligencias innatas en razas, sexos o clases. Pero la mejor introducción es un valioso y orientativo resumen por capítulos. También contiene una presentación particularmente brillante de la ciencia, como una hija de su tiempo, llena de influencias culturales, como cualquier actividad humana.
CAPÍTULO SEGUNDO. LA POLIGENIA Y CRANEOMATRÍAS NORTEMARICANAS ANTES DE DARWIN
Tras algunas oportunas citas de ilustres intelectuales de los siglos XVIII y XIX, se contextualiza la opinión generalizada a favor de las jerarquías sociales y raciales en una época en donde la igualdad no estaba en el horizonte intelectual ni mucho menos en el político. Pero Gould sí que diferencia entre núcleos duros y blandos. Por ejemplo, los que defendían la esclavitud y los que no; aunque todos partieran del común punto de vista de que los negros eran inferiores, la diferencia era que algunos pensaban que podían elevarse de su condición de primitivos o que el nivel de inteligencia no determinaba el derecho a la libertad de las personas, y otros que no pensaban lo mismo.
Las jerarquías raciales se justificaban con el monogenismo y el poligenismo, que venían a coincidir con esos núcleos blandos y duros respectivamente. El monogenismo sería la unidad de todos los pueblos porque venimos de Adán y Eva, lo que sucede es que habríamos ido degenerando y alejándonos de esa unidad e igualdad generación tras generación. El poligenismo sería más impopular en la época, porque no recurría a la Biblia y establecía una mayor diferencia entre las razas ya que no habrían estado hermanadas en ningún momento anterior, por tanto, cualquier discriminación estaría justificada al pertenecer a naturalezas completamente distintas. Aunque los esclavistas no necesitaban de argumentos innovadores ni de nuevos datos empíricos sobre las diferencias entre las razas para justificar la imposición de los unos sobre los otros: la religión siempre había sido suficiente. Pero una vez que Darwin hizo acto de aparición, las justificaciones de las jerarquías necesitaron más que nunca presentar sus justificaciones como científicas.
CAPÍTULO TERCERO. LA MEDICIÓN DE LAS CABEZAS: PAUL BROCA Y EL APOGEO DE LA CRANEOLOGÍA.
Comienza con otra amplía muestra de citas “inolvidables” de los grandes de la época, para reiterar el contexto en el que se desarrollaban esas teorías. Eran tiempos en los que se idolatraban los números y muchos científicos se dejaban llevar por cuantificaciones compulsivas pero sin apenas método científico que las respaldase, más bien con una carencia absoluta de autocrítica, cuando no dejándose arrastrar hasta el fraude científico.
Por eso cuando se encontraban casos que contradecían la corriente mayoritaria de la craneometría, o bien se eludían directamente o bien se falseaban (por ejemplo el cerebro grande de los alemanes, los hombres eminentes con cerebro pequeño, los criminales con cerebros grandes, los cerebros femeninos “incómodos”….).
CAPÍTULO CUARTO: LA MEDICIÓN DE LOS CUERPOS (DOS ESTUDIOS SOBRE EL CARÁCTER SIMIESCO DE LOS INDESEABLES)
El primero de ellos es la recapitulación: el cuerpo, conforme se va formando, adopta diferentes formas y fases que representan una recapitulación del pasado evolutivo del ser humano. Si antes de humano el hombre fue pez y reptil, esos estadios se reflejarían en los fetos humanos ese mismo orden.
El segundo es la antropología criminal: los criminales tienen rasgos atávicos y criminales que resultan identificables, y por tanto predecibles, y que brotan con más fuerza que en otros individuos normales (que también los tienen) y que producen las conductas criminales. El máximo exponente de esta teoría fue Lombroso, a quien Gould acusa de plegarse en una retirada engañosa cuando la gran controversia que causó su teoría fue paulatinamente refutada. No obstante Gould no duda en manifestar el origen progresista de Lombroso y de sus seguidores:
“Los antropólogos criminalistas lombrosianos no eran abyectos sádicos, ni protofascistas, y ni siquiera simpatizaban con ideologías políticas conservadoras. Eran más bien partidarios de una política liberal e incluso socialista, y se consideraban personas modernas, ilustradas por la ciencia.”
CAPÍTULO QUINTO. LA TEORÍA HEREDITARISTA DEL COEFICIENTE DE INTELIGENCIA: UN INVENTO NORTEAMERICANO.
Un Stephen Jay Gould indignado nos cuenta la tergiversación de que ha sido objeto Alfred Binet, inventor del coeficiente de inteligencia. Cuando Alfred Binet recibió el encargo del Ministerio de Educación para tratar a niños con problemas de aprendizaje, ya intentó poner freno a las malinterpretaciones que se pudieran sacar de sus teorías, pero dichas cautelas no fueron suficientes. Para desarrollar este encargo ideó el coeficiente de inteligencia como una herramienta para detectar a tales niños y que pudieran recibir una educación especial. Sin embargo los test que se desarrollaron posteriormente tergiversaron esta intención original y sirvieron para estigmatizar y limitar a determinados niños, no para brindarles ayuda.
Binet advirtió, desde el principio, del peligro de creer que la inteligencia es medible de manera lineal, como la altura, y de que su escala se sacara fuera de contexto. Para ello estableció tres principios, que paso a enumerar de manera literal tal y como los describe Gould, junto con un resumen de los tres autores que tergiversaron a Binet:
“1º) Las puntuaciones constituyen un recurso práctico; no apuntalan ninguna teoría del intelecto. No definen nada innato o permanente. No podemos decir que midan la ‘inteligencia’ ni ninguna otra entidad cosificada.
2º) La escala es una guía aproximada y empírica para la identificación de niños ligeramente retrasados y con problemas de aprendizaje, que necesitan una asistencia especial. No es un recurso para el establecimiento de jerarquía alguna entre niños normales.
3º) Cualquiera que sea la causa de las dificultades que padecen los niños, el énfasis debe recaer en la posibilidad de lograr mejorar sus resultados a través de una educación especial. Los bajos resultados no deben usarse para colgarles el rótulo de la incapacidad innata.
[…]
En el presente capítulo se analizan las principales obras de tres precursores del hereditarismo en Norteamérica: H. H. Goddard, que introdujo en Norteamérica la escala de Binet, y cosificó los resultados que ésta permite obtener asignándoles el valor de una inteligencia innata; L. M. Terman, que elaboró la escala de Stanford-Binet, y soñó con una sociedad racional donde la profesión de cada persona se decidiera sobre la base de su CI; y R. M. Yerkes, que convenció al ejército para que sometiera a 1.750.000 hombres a un test de inteligencia en la primera guerra mundial, justificando así la supuesta objetividad de unos datos que confirmaban las tesis hereditaristas, base de la Inmigration Restriction Act promulgada en 1924, por la que se restringía el acceso de aquellas personas procedentes de regiones genéticamente desfavorecidas.
La teoría hereditarista del CI es un producto puramente Norteamericano. Si esto parece paradójico tratándose de un país de tradiciones igualitaristas, recordemos también el nacionalismo jingoísta de la primera guerra mundial, el miedo de los norteamericanos afincados desde hacía mucho tiempo frente a la marea de mano de obra barata (y a veces políticamente radicalizada) que inmigraba de la Europa del sur y del este, y, sobre todo, nuestro persistente, y autóctono, racismo.”
CAPITULO 6. EL VERDADERO ERROR DE CYRIL BURT. EL ANÁLISIS FACTORIAL Y LA COSIFICACIÓN DE LA INTELIGENCIA.
Este capítulo no me lo leí por su aparente complejidad, pero me parecía llamativo que en su título se hable de error y no de fraude al referirse a Cyril Burt. En realidad Gould conoce los fraudes de Burt, pero no le interesan demasiado. Se concentra en el error de usar el análisis factorial para cosificar la inteligencia.
Para una visión en contra de Gould puede verse este erudito artículo. De todos modos, en mi opinión, el artículo de Roberto Colom despacha la segunda edición del libro de Gould (la que contiene una respuesta a Jensen y a todos sus detractores) con demasiada ligereza en una pequeña nota a pie de página.
CAPÍTULO 7. UNA CONCLUSIÓN POSITIVA
Las sociedades humanas cambian por evolución cultural, y no como resultado de alteraciones biológicas. Desde hace unos 50.000 años el cerebro del Homo Sapiens no ha sufrido ninguna transformación, todos los logros tecnológicos que el hombre ha desarrollado desde entonces se deben a la evolución cultural.
“La evolución biológica (darwiniana) continua en nuestra especie; pero su ritmo, comparado con el de la evolución cultural, es tan desmesuradamente lento que su influencia sobre la historia del Homo Sapiens ha sido muy pequeña. En el tiempo en el que el gen de la anemia falciforme ha disminuido de frecuencia entre los negros norteamericanos, hemos inventado el ferrocarril, el automóvil, la radio, la televisión, la bomba atómica, el ordenador, el avión y la nave espacial.”
En este capítulo Gould también aborda una famosa dicotomía bizantina entre biología o cultura. ¿Quién es la responsable de que el ser humano sea tan especial de entre todos los animales, la que explica la existencia de algo así como una “cultura general humana” construida por conductas adaptativas específicas? Gould opta por limitar el papel preponderante que la biología se ha venido atribuyendo en dicha tarea, sobre todo de la sociobiología. Su crítica de la sociobiología coincide con las dudas que me han surgido al leer libros como “¿Por qué amamos?” de Sarah Fischer, psicóloga evolucionista. Los sociobiologos, y por lo visto los psicólogos evolucionistas, tienden a coger una ventaja adaptativa que explica que un animal haya llegado hasta el presente como una suerte de opción que sus antepasados eligieron para perpetuar sus genes, seguramente de manera inconsciente. Por ejemplo, las mujeres tienen mayores habilidades linguísticas porque se quedaban con sus niños mientras los hombres salían de caza, y les contaban historias a sus niños. Cuando esos niños crecían se hacían líderes porque podían comunicar mejor, y elegían como compañeras a mujeres comunicativas y afectivas para que cuidasen de sus hijos, de esa manera los genes de aquellas mujeres se han ido perpetuando hasta nuestros días, donde la mayoría de las mujeres comparte esas habilidades como así lo demuestran los estudios que se han hecho. Esto es un argumento circular, sin base probatoria ninguna. Cualquiera podría imaginar otro parecido o incluso contradictorio con el único límite de la imaginación y cierta coherencia interna. Gould lo explica mejor:
“La sociobiología comienza con una moderna lectura de la selección natural: el éxito reproductivo diferencial de los individuos. Según el imperativo darwiniano, los individuos son seleccionados para maximizar la contribución de sus propios genes a las futuras generaciones; esto es todo. […] Los sociobiologos examinan luego nuestra conducta aplicando ese criterio. Cuando identifican una conducta que parece adaptativa porque favorece la transmisión de los genes de un individuo, explican su origen por la selección naturla que habría actuado sobre la variación genética influyendo sobre el acto específico mismo. (Estas reconstrucciones rara vez tienen el respaldo de otra prueba que no sea la mera inferencia basada en la adaptación)”.
No obstante Gould no opta por la tabula rasa de los empiristas del s. XVIII, sino por una posición intermedia y honesta en una dicotomía tan compleja, aunque como biólogo evolutivo sitúe formalmente la pugna dentro del terreno de la biología… al menos dentro de una definición de biología amplia que engloba las capacidades humanas para modificar conductas y construir culturas, en contraposición a una biología determinista y genética que quiere encontrar un gen para cada conducta humana.
“ ’Nada más que’ un animal es una afirmación tan falaz ‘como creado a imagen y semejanza de Dios’. […] En cierto sentido la polémica entre los sociobiólogos y sus críticos es una polémica acerca de la amplitud de la gama de variación posible”.
Citando a E. O. Wilson que cree que la agresividad de los seres humanos es innata, como se deduce de las guerras de la historia, y del hecho de que “las tribus más pacíficas de hoy han sido a menudo las más destructoras de ayer, y probablemente volverán a producir soldados y asesinos en el futuro”, Gould contra argumenta lo siguiente:
“Pero si algunos pueblos son ahora pacíficos, entonces la agresividad misma no puede estar codificada en sus genes: solo puede estarlo su potencialidad. Si innato solo significa posible, o incluso probable en determinadas circunstancias, entonces todo lo que hacemos es innato y la palabra carece de sentido”.
EPÍLOGO. CRÍTICA DE “THE BELL CURVE” Y PERSPECTIVAS DE TRES SIGLOS SOBRE LA RAZA Y EL RACISMO.
The Bell Curve fue un libro que tuvo mucha atención en el mundo académico e incluso entre el público general. Muy resumidamente venía a certificar la idea de que las clases inferiores y algunas razas tenían menor inteligencia y que por ello resultaba inútil gastar en programas que pretendieran equipar a esos sectores de la población con el resto. El autor dedica la primera parte del epilogo a la crítica concienzuda y concienciada de esta obra que considera “una obra maestra de retórica cientificista y de esa especial ansiedad y ofuscación que imponen los números a los comentaristas no profesionales.”
El libro objeto de la ira de Stephen Jay Gould lanza ideas peligrosas disfrazadas de verdad sesuda y científica bajo el manto de innumerables cifras. Sus autores, Herrnstein y Murray, no se cansan de advertir de que el hecho de que un grupo tenga una media de inteligencia menor que otro, no significa que no pueda haber individuos que destaquen de esas medias, y que el derecho a la individualidad y a no ser juzgados por la mera pertenencia al grupo está por encima de cualquier teoría.
Pero Gould acierta al subrayar que esto solo es una excusa del tipo “algunos de mis mejores amigos son del grupo x”. La curva de Bell es un manifiesto de ideología conservadora, sin apoyo científico ni novedad argumental que justifique su éxito. Lanza la piedra y esconde la mano, pues el esfuerzo intelectual del libro tiene como objetivo segregar y abrir la puerta a políticas que marginen a los que supuestamente no pueden ser de otra forma (inteligencia hereditaria e inmutable), no a unir y ayudar a los más necesitados. Convierten “un caso complejo, que solo puede dar pie a agnosticismo, en un compendio tendencioso a favor de las diferencias permanentes y hereditarias”.
Con esa intencionalidad Gould demuestra que los autores tergiversan los datos y las cifras para poder presentar el grueso de sus tesis conservadoras y racistas, como un grito académico que proclama la verdad a contra corriente de una corrección política dominante que va a empujar al país a una situación insostenible, donde las ciudades de EEUU necesitarán de instituciones especiales para separar a los ineptos de los inteligentes, porque todos estarán mezclados creyéndose todos aptos por igual, y colapsando el progreso por haber confiado en la ingenua igualdad de todos.
Este apocalipsis resultaría humorístico si no fuera por la repercusión de La Curva de Bell, y por la preocupante similitud que encuentra el autor entre los razonamientos de Murray y Herrnstein, y los de Gobineau, prominente racista académico del siglo XIX que tuvo una influencia considerable en las teorías de la pureza de la raza que terminaron en manos de los nazis. Los escritos de Gobineau tenían un gran potencial político, al igual que La Curva de Bell, y aunque no se aborda directamente la responsabilidad (o irresponsabilidad, o incluso el fraude científico) del intelectual por avivar el fuego en determinado contexto histórico-político, algunas afirmaciones se parecen tanto que Gould cree que se trata de la teoría del péndulo histórico; de cuando en cuando, sobre todo en épocas de crisis, salen teorías que toman como chivos expiatorios a sectores de la sociedad, y con el tiempo, según se van cayendo, estas teorías van siendo sustituidas por otras similares o bajo formatos diferentes. De esta manera Gould cree que las máximas que se suelen escuchar todavía, como por ejemplo, que los judíos o los negros huelen mal, que los negros están más capacitados para el deporte, que los irlandeses beben, que las mujeres adoran el visón, que los africanos no piensan etc… deben ser desterradas, entre otras razones porque no es posible conforme un grupo uniforme dentro de esas categorías, y mucho menos en la raza africana, pues si hay una raza “original” esa es la negra, ya que el hombre ha estado durante mucho más tiempo en África que en ningún otro lugar del planeta:
“En otra palabras, puede que toda la diversidad racial no africana –blancos, amarillos, cobrizos, todo el mundo desde los hopi hasta los noruegos y los fijianos- no tenga más antigüedad que un centenar de miles de años. Por el contrario, Homo Sapiens ha vivido en África más tiempo. En consecuencia, puesto que la diversidad genética viene a estar correlacionada aproximadamente con el tiempo de que se ha dispuesto para los cambios evolutivos, la variedad genética exclusiva de los africanos ¡supera la suma total de diversidad genética que existe en todo el resto del mundo junto! Por lo tanto, ¿cómo podemos englobar a todos los ‘negros africanos’ en un único grupo?”
Las dos últimas partes del epílogo son valoraciones, desde la óptica del presente, de dos asuntos que se suelen admitir sin cuestionarse y que el autor desea puntualizar.
El primero ya se ha mencionado anteriormente. Se trata de la común asunción de que las ideas viven en una torre de marfil, y que no se les debe prestar atención a menos que formen parte de un plan concreto de acción. Gould toma como ejemplo el origen de la clasificación racial de Blumenbach que actualmente se sigue usando a nivel popular (caucásico, indio americano, malayo, oriental, africano, siendo el criterio original de clasificación la belleza física que tiene como máximo exponente a los caucásicos) y que nos ha traído tantos problemas y crueldades a la humanidad, porque hemos pensado que tan solo era una metáfora que no traería mayores consecuencias (probablemente en contra del sentir del propio Blumenbach):
“Los estudiosos suponen a menudo que las ideas académicas deben perdurar, en el peor de los casos, por ser inofensivas y, en el mejor, por ser más bien divertidas e incluso instructivas. Pero las ideas no habitan en la torre de marfil de nuestras consabidas metáforas sobre la irrelevancia académica. Las personas como dijo Pascal, son cañas que piensan, y las ideas motivan la historia humana. ¿Qué habría sido de Hitler sin el racismo, de Jefferson sin la libertad? Blumenbach vivió toda su vida como profesor enclaustrado, pero sus ideas reverberan a lo largo de nuestras guerras, nuestras conquistas, nuestros sufrimientos y nuestras esperanzas.”
Gould se declara partidario la libertad de expresión de manera casi absoluta, así que más que una censura, lo que se deduce de su preocupación por ese mundo de ideas peligrosas que luego son usadas para discriminar, matar o hacer sufrir al prójimo, es la falsa ingenuidad de sus autores, y en todo caso la conveniencia de sacarlas a la luz pública para que puedan ser debatidas y derrotadas, para que no se perpetúen en la historia de la misma manera que se ha perpetuado la clasificación racial de Blumenbach.
El segundo consiste en desmentir la creencia popular de que Darwin era un ejemplo de igualitarista, creencia basada en algunas citas que demuestran su simpatía con algunos pueblos que eran despreciados normalmente por los europeos. Sin embargo, se suele olvidar a menudo que hay otras tantas citas que desvelan a un Darwin al que le dan asco otras razas, y muy seguro de la superioridad racial europea frente a otros pueblos. Pero el juicio al que Gould somete a Darwin es más global y justo, y pese a criticar esa costumbre de citar selectivamente para buscar la conclusión prefabricada, reconoce y elogia a Darwin al ubicar su crítica en el contexto de la época, donde el igualitarismo no estaba dentro del horizonte político ni filosófico. En aquella época donde todos partían de la inferioridad de algunas razas, estaban los que aprovechaban para esclavizar y someter, y los que pensaban que de tal inferioridad no se podía inferir una ausencia de derechos. Darwin se situaba entre los segundos, dando muestras en numerosas textos del fuerte compromiso moral que tenía para la época en la que vivió:
“Aquellos que sienten simpatía por el amo y frialdad de corazón por el esclavo no parecen ponerse nunca en el lugar de este último: ¡qué sombrías perspectivas, sin la menor esperanza de cambio! Imagínese a usted mismo ante la posibilidad, siempre planeando sobre su cabeza, de que su mujer y sus hijos (aquellos objetos que la naturaleza empuja a llamar propios incluso a un esclavo) sean arrancados de su lado y vendidos al mejor postor como si fueran ganado. ¡Y tales actos son perpetrados y justificados por hombres que profesan amor al prójimo tanto como a sí mismos, hombres que creen en Dios y que rezan para que se haga su Voluntad sobre la Tierra! Le enciende a uno la sangre, pero también le encoge el corazón, pensar que los ingleses y nuestros descendientes americanos, con su orgulloso grito de libertad, hemos sido y somos tan culpables.”
Desde la medición de los cráneos hasta el uso y abuso de los test de inteligencia, el libro es un alegato a favor del igualitarismo y en contra del determinismo biológico que pretende mantener y justificar el estatus dominante del mundo por ciertos sectores (razas, sexo, naciones, clases sociales…). En algunas ocasiones suele adentrarse en detalles que hoy en día nadie cuestiona (incluso disecciona los cálculos que en su momento pudieron hacer los craneometristas, lo cual resulta casi tan pesado como la explicación del análisis factorial), pero que el autor justifica no solo por interés histórico, sino porque tarde o temprano el mismo tipo de argumentación se repite cuando hay un retroceso en las libertades políticas. Por culpa de las constantes intentonas pseudocientíficas el libro permanece actualizado, y se lee a la luz de un marcado activismo y compromiso moral que compensa sus momentos más técnicos.
La introducción revisada del libro a los quince años de su primera publicación es una advertencia triple. Por una parte avisa reiteradamente al lector de que no se trata de un libro que aspira a refutar todas las falsedades que “defienden la base genética de las desigualdades sociales” sino que se centra en tan solo una de ellas; la de una teoría de la inteligencia innata, unitaria y linealmente clasificable (algo así como que el que es tonto siempre lo será, y que se puede determinar su tontura incluso en una escala numérica que cuantifica de manera milagrosa la inteligencia humana).
De otra parte avisa del contexto político-conservador en el que se publicó el libro, cuando el trabajo de La Curva de Bell ofrecía al público conclusiones científicas que justificaran recortar gastos sociales en perjuicio de los más necesitados que no tenían solución en nuestra sociedad.
Por último se defiende la idea de que el científico sin ningún interés socio-político en su objeto de estudio no existe, y que de existir no sería bueno para la ciencia porque ese interés es el motor que a menudo salva muchos obstáculos en la carrera de la investigación científica.
CAPÍTULO PRIMERO. INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN REVISADA Y AMPLIADA: REFLEXIONES A LOS QUINCE AÑOS.
Introduce el determinismo biológico moderno que consiste en la idea de inteligencias innatas en razas, sexos o clases. Pero la mejor introducción es un valioso y orientativo resumen por capítulos. También contiene una presentación particularmente brillante de la ciencia, como una hija de su tiempo, llena de influencias culturales, como cualquier actividad humana.
CAPÍTULO SEGUNDO. LA POLIGENIA Y CRANEOMATRÍAS NORTEMARICANAS ANTES DE DARWIN
Tras algunas oportunas citas de ilustres intelectuales de los siglos XVIII y XIX, se contextualiza la opinión generalizada a favor de las jerarquías sociales y raciales en una época en donde la igualdad no estaba en el horizonte intelectual ni mucho menos en el político. Pero Gould sí que diferencia entre núcleos duros y blandos. Por ejemplo, los que defendían la esclavitud y los que no; aunque todos partieran del común punto de vista de que los negros eran inferiores, la diferencia era que algunos pensaban que podían elevarse de su condición de primitivos o que el nivel de inteligencia no determinaba el derecho a la libertad de las personas, y otros que no pensaban lo mismo.
Las jerarquías raciales se justificaban con el monogenismo y el poligenismo, que venían a coincidir con esos núcleos blandos y duros respectivamente. El monogenismo sería la unidad de todos los pueblos porque venimos de Adán y Eva, lo que sucede es que habríamos ido degenerando y alejándonos de esa unidad e igualdad generación tras generación. El poligenismo sería más impopular en la época, porque no recurría a la Biblia y establecía una mayor diferencia entre las razas ya que no habrían estado hermanadas en ningún momento anterior, por tanto, cualquier discriminación estaría justificada al pertenecer a naturalezas completamente distintas. Aunque los esclavistas no necesitaban de argumentos innovadores ni de nuevos datos empíricos sobre las diferencias entre las razas para justificar la imposición de los unos sobre los otros: la religión siempre había sido suficiente. Pero una vez que Darwin hizo acto de aparición, las justificaciones de las jerarquías necesitaron más que nunca presentar sus justificaciones como científicas.
CAPÍTULO TERCERO. LA MEDICIÓN DE LAS CABEZAS: PAUL BROCA Y EL APOGEO DE LA CRANEOLOGÍA.
Comienza con otra amplía muestra de citas “inolvidables” de los grandes de la época, para reiterar el contexto en el que se desarrollaban esas teorías. Eran tiempos en los que se idolatraban los números y muchos científicos se dejaban llevar por cuantificaciones compulsivas pero sin apenas método científico que las respaldase, más bien con una carencia absoluta de autocrítica, cuando no dejándose arrastrar hasta el fraude científico.
Por eso cuando se encontraban casos que contradecían la corriente mayoritaria de la craneometría, o bien se eludían directamente o bien se falseaban (por ejemplo el cerebro grande de los alemanes, los hombres eminentes con cerebro pequeño, los criminales con cerebros grandes, los cerebros femeninos “incómodos”….).
CAPÍTULO CUARTO: LA MEDICIÓN DE LOS CUERPOS (DOS ESTUDIOS SOBRE EL CARÁCTER SIMIESCO DE LOS INDESEABLES)
El primero de ellos es la recapitulación: el cuerpo, conforme se va formando, adopta diferentes formas y fases que representan una recapitulación del pasado evolutivo del ser humano. Si antes de humano el hombre fue pez y reptil, esos estadios se reflejarían en los fetos humanos ese mismo orden.
El segundo es la antropología criminal: los criminales tienen rasgos atávicos y criminales que resultan identificables, y por tanto predecibles, y que brotan con más fuerza que en otros individuos normales (que también los tienen) y que producen las conductas criminales. El máximo exponente de esta teoría fue Lombroso, a quien Gould acusa de plegarse en una retirada engañosa cuando la gran controversia que causó su teoría fue paulatinamente refutada. No obstante Gould no duda en manifestar el origen progresista de Lombroso y de sus seguidores:
“Los antropólogos criminalistas lombrosianos no eran abyectos sádicos, ni protofascistas, y ni siquiera simpatizaban con ideologías políticas conservadoras. Eran más bien partidarios de una política liberal e incluso socialista, y se consideraban personas modernas, ilustradas por la ciencia.”
CAPÍTULO QUINTO. LA TEORÍA HEREDITARISTA DEL COEFICIENTE DE INTELIGENCIA: UN INVENTO NORTEAMERICANO.
Un Stephen Jay Gould indignado nos cuenta la tergiversación de que ha sido objeto Alfred Binet, inventor del coeficiente de inteligencia. Cuando Alfred Binet recibió el encargo del Ministerio de Educación para tratar a niños con problemas de aprendizaje, ya intentó poner freno a las malinterpretaciones que se pudieran sacar de sus teorías, pero dichas cautelas no fueron suficientes. Para desarrollar este encargo ideó el coeficiente de inteligencia como una herramienta para detectar a tales niños y que pudieran recibir una educación especial. Sin embargo los test que se desarrollaron posteriormente tergiversaron esta intención original y sirvieron para estigmatizar y limitar a determinados niños, no para brindarles ayuda.
Binet advirtió, desde el principio, del peligro de creer que la inteligencia es medible de manera lineal, como la altura, y de que su escala se sacara fuera de contexto. Para ello estableció tres principios, que paso a enumerar de manera literal tal y como los describe Gould, junto con un resumen de los tres autores que tergiversaron a Binet:
“1º) Las puntuaciones constituyen un recurso práctico; no apuntalan ninguna teoría del intelecto. No definen nada innato o permanente. No podemos decir que midan la ‘inteligencia’ ni ninguna otra entidad cosificada.
2º) La escala es una guía aproximada y empírica para la identificación de niños ligeramente retrasados y con problemas de aprendizaje, que necesitan una asistencia especial. No es un recurso para el establecimiento de jerarquía alguna entre niños normales.
3º) Cualquiera que sea la causa de las dificultades que padecen los niños, el énfasis debe recaer en la posibilidad de lograr mejorar sus resultados a través de una educación especial. Los bajos resultados no deben usarse para colgarles el rótulo de la incapacidad innata.
[…]
En el presente capítulo se analizan las principales obras de tres precursores del hereditarismo en Norteamérica: H. H. Goddard, que introdujo en Norteamérica la escala de Binet, y cosificó los resultados que ésta permite obtener asignándoles el valor de una inteligencia innata; L. M. Terman, que elaboró la escala de Stanford-Binet, y soñó con una sociedad racional donde la profesión de cada persona se decidiera sobre la base de su CI; y R. M. Yerkes, que convenció al ejército para que sometiera a 1.750.000 hombres a un test de inteligencia en la primera guerra mundial, justificando así la supuesta objetividad de unos datos que confirmaban las tesis hereditaristas, base de la Inmigration Restriction Act promulgada en 1924, por la que se restringía el acceso de aquellas personas procedentes de regiones genéticamente desfavorecidas.
La teoría hereditarista del CI es un producto puramente Norteamericano. Si esto parece paradójico tratándose de un país de tradiciones igualitaristas, recordemos también el nacionalismo jingoísta de la primera guerra mundial, el miedo de los norteamericanos afincados desde hacía mucho tiempo frente a la marea de mano de obra barata (y a veces políticamente radicalizada) que inmigraba de la Europa del sur y del este, y, sobre todo, nuestro persistente, y autóctono, racismo.”
CAPITULO 6. EL VERDADERO ERROR DE CYRIL BURT. EL ANÁLISIS FACTORIAL Y LA COSIFICACIÓN DE LA INTELIGENCIA.
Este capítulo no me lo leí por su aparente complejidad, pero me parecía llamativo que en su título se hable de error y no de fraude al referirse a Cyril Burt. En realidad Gould conoce los fraudes de Burt, pero no le interesan demasiado. Se concentra en el error de usar el análisis factorial para cosificar la inteligencia.
Para una visión en contra de Gould puede verse este erudito artículo. De todos modos, en mi opinión, el artículo de Roberto Colom despacha la segunda edición del libro de Gould (la que contiene una respuesta a Jensen y a todos sus detractores) con demasiada ligereza en una pequeña nota a pie de página.
CAPÍTULO 7. UNA CONCLUSIÓN POSITIVA
Las sociedades humanas cambian por evolución cultural, y no como resultado de alteraciones biológicas. Desde hace unos 50.000 años el cerebro del Homo Sapiens no ha sufrido ninguna transformación, todos los logros tecnológicos que el hombre ha desarrollado desde entonces se deben a la evolución cultural.
“La evolución biológica (darwiniana) continua en nuestra especie; pero su ritmo, comparado con el de la evolución cultural, es tan desmesuradamente lento que su influencia sobre la historia del Homo Sapiens ha sido muy pequeña. En el tiempo en el que el gen de la anemia falciforme ha disminuido de frecuencia entre los negros norteamericanos, hemos inventado el ferrocarril, el automóvil, la radio, la televisión, la bomba atómica, el ordenador, el avión y la nave espacial.”
En este capítulo Gould también aborda una famosa dicotomía bizantina entre biología o cultura. ¿Quién es la responsable de que el ser humano sea tan especial de entre todos los animales, la que explica la existencia de algo así como una “cultura general humana” construida por conductas adaptativas específicas? Gould opta por limitar el papel preponderante que la biología se ha venido atribuyendo en dicha tarea, sobre todo de la sociobiología. Su crítica de la sociobiología coincide con las dudas que me han surgido al leer libros como “¿Por qué amamos?” de Sarah Fischer, psicóloga evolucionista. Los sociobiologos, y por lo visto los psicólogos evolucionistas, tienden a coger una ventaja adaptativa que explica que un animal haya llegado hasta el presente como una suerte de opción que sus antepasados eligieron para perpetuar sus genes, seguramente de manera inconsciente. Por ejemplo, las mujeres tienen mayores habilidades linguísticas porque se quedaban con sus niños mientras los hombres salían de caza, y les contaban historias a sus niños. Cuando esos niños crecían se hacían líderes porque podían comunicar mejor, y elegían como compañeras a mujeres comunicativas y afectivas para que cuidasen de sus hijos, de esa manera los genes de aquellas mujeres se han ido perpetuando hasta nuestros días, donde la mayoría de las mujeres comparte esas habilidades como así lo demuestran los estudios que se han hecho. Esto es un argumento circular, sin base probatoria ninguna. Cualquiera podría imaginar otro parecido o incluso contradictorio con el único límite de la imaginación y cierta coherencia interna. Gould lo explica mejor:
“La sociobiología comienza con una moderna lectura de la selección natural: el éxito reproductivo diferencial de los individuos. Según el imperativo darwiniano, los individuos son seleccionados para maximizar la contribución de sus propios genes a las futuras generaciones; esto es todo. […] Los sociobiologos examinan luego nuestra conducta aplicando ese criterio. Cuando identifican una conducta que parece adaptativa porque favorece la transmisión de los genes de un individuo, explican su origen por la selección naturla que habría actuado sobre la variación genética influyendo sobre el acto específico mismo. (Estas reconstrucciones rara vez tienen el respaldo de otra prueba que no sea la mera inferencia basada en la adaptación)”.
No obstante Gould no opta por la tabula rasa de los empiristas del s. XVIII, sino por una posición intermedia y honesta en una dicotomía tan compleja, aunque como biólogo evolutivo sitúe formalmente la pugna dentro del terreno de la biología… al menos dentro de una definición de biología amplia que engloba las capacidades humanas para modificar conductas y construir culturas, en contraposición a una biología determinista y genética que quiere encontrar un gen para cada conducta humana.
“ ’Nada más que’ un animal es una afirmación tan falaz ‘como creado a imagen y semejanza de Dios’. […] En cierto sentido la polémica entre los sociobiólogos y sus críticos es una polémica acerca de la amplitud de la gama de variación posible”.
Citando a E. O. Wilson que cree que la agresividad de los seres humanos es innata, como se deduce de las guerras de la historia, y del hecho de que “las tribus más pacíficas de hoy han sido a menudo las más destructoras de ayer, y probablemente volverán a producir soldados y asesinos en el futuro”, Gould contra argumenta lo siguiente:
“Pero si algunos pueblos son ahora pacíficos, entonces la agresividad misma no puede estar codificada en sus genes: solo puede estarlo su potencialidad. Si innato solo significa posible, o incluso probable en determinadas circunstancias, entonces todo lo que hacemos es innato y la palabra carece de sentido”.
EPÍLOGO. CRÍTICA DE “THE BELL CURVE” Y PERSPECTIVAS DE TRES SIGLOS SOBRE LA RAZA Y EL RACISMO.
The Bell Curve fue un libro que tuvo mucha atención en el mundo académico e incluso entre el público general. Muy resumidamente venía a certificar la idea de que las clases inferiores y algunas razas tenían menor inteligencia y que por ello resultaba inútil gastar en programas que pretendieran equipar a esos sectores de la población con el resto. El autor dedica la primera parte del epilogo a la crítica concienzuda y concienciada de esta obra que considera “una obra maestra de retórica cientificista y de esa especial ansiedad y ofuscación que imponen los números a los comentaristas no profesionales.”
El libro objeto de la ira de Stephen Jay Gould lanza ideas peligrosas disfrazadas de verdad sesuda y científica bajo el manto de innumerables cifras. Sus autores, Herrnstein y Murray, no se cansan de advertir de que el hecho de que un grupo tenga una media de inteligencia menor que otro, no significa que no pueda haber individuos que destaquen de esas medias, y que el derecho a la individualidad y a no ser juzgados por la mera pertenencia al grupo está por encima de cualquier teoría.
Pero Gould acierta al subrayar que esto solo es una excusa del tipo “algunos de mis mejores amigos son del grupo x”. La curva de Bell es un manifiesto de ideología conservadora, sin apoyo científico ni novedad argumental que justifique su éxito. Lanza la piedra y esconde la mano, pues el esfuerzo intelectual del libro tiene como objetivo segregar y abrir la puerta a políticas que marginen a los que supuestamente no pueden ser de otra forma (inteligencia hereditaria e inmutable), no a unir y ayudar a los más necesitados. Convierten “un caso complejo, que solo puede dar pie a agnosticismo, en un compendio tendencioso a favor de las diferencias permanentes y hereditarias”.
Con esa intencionalidad Gould demuestra que los autores tergiversan los datos y las cifras para poder presentar el grueso de sus tesis conservadoras y racistas, como un grito académico que proclama la verdad a contra corriente de una corrección política dominante que va a empujar al país a una situación insostenible, donde las ciudades de EEUU necesitarán de instituciones especiales para separar a los ineptos de los inteligentes, porque todos estarán mezclados creyéndose todos aptos por igual, y colapsando el progreso por haber confiado en la ingenua igualdad de todos.
Este apocalipsis resultaría humorístico si no fuera por la repercusión de La Curva de Bell, y por la preocupante similitud que encuentra el autor entre los razonamientos de Murray y Herrnstein, y los de Gobineau, prominente racista académico del siglo XIX que tuvo una influencia considerable en las teorías de la pureza de la raza que terminaron en manos de los nazis. Los escritos de Gobineau tenían un gran potencial político, al igual que La Curva de Bell, y aunque no se aborda directamente la responsabilidad (o irresponsabilidad, o incluso el fraude científico) del intelectual por avivar el fuego en determinado contexto histórico-político, algunas afirmaciones se parecen tanto que Gould cree que se trata de la teoría del péndulo histórico; de cuando en cuando, sobre todo en épocas de crisis, salen teorías que toman como chivos expiatorios a sectores de la sociedad, y con el tiempo, según se van cayendo, estas teorías van siendo sustituidas por otras similares o bajo formatos diferentes. De esta manera Gould cree que las máximas que se suelen escuchar todavía, como por ejemplo, que los judíos o los negros huelen mal, que los negros están más capacitados para el deporte, que los irlandeses beben, que las mujeres adoran el visón, que los africanos no piensan etc… deben ser desterradas, entre otras razones porque no es posible conforme un grupo uniforme dentro de esas categorías, y mucho menos en la raza africana, pues si hay una raza “original” esa es la negra, ya que el hombre ha estado durante mucho más tiempo en África que en ningún otro lugar del planeta:
“En otra palabras, puede que toda la diversidad racial no africana –blancos, amarillos, cobrizos, todo el mundo desde los hopi hasta los noruegos y los fijianos- no tenga más antigüedad que un centenar de miles de años. Por el contrario, Homo Sapiens ha vivido en África más tiempo. En consecuencia, puesto que la diversidad genética viene a estar correlacionada aproximadamente con el tiempo de que se ha dispuesto para los cambios evolutivos, la variedad genética exclusiva de los africanos ¡supera la suma total de diversidad genética que existe en todo el resto del mundo junto! Por lo tanto, ¿cómo podemos englobar a todos los ‘negros africanos’ en un único grupo?”
Las dos últimas partes del epílogo son valoraciones, desde la óptica del presente, de dos asuntos que se suelen admitir sin cuestionarse y que el autor desea puntualizar.
El primero ya se ha mencionado anteriormente. Se trata de la común asunción de que las ideas viven en una torre de marfil, y que no se les debe prestar atención a menos que formen parte de un plan concreto de acción. Gould toma como ejemplo el origen de la clasificación racial de Blumenbach que actualmente se sigue usando a nivel popular (caucásico, indio americano, malayo, oriental, africano, siendo el criterio original de clasificación la belleza física que tiene como máximo exponente a los caucásicos) y que nos ha traído tantos problemas y crueldades a la humanidad, porque hemos pensado que tan solo era una metáfora que no traería mayores consecuencias (probablemente en contra del sentir del propio Blumenbach):
“Los estudiosos suponen a menudo que las ideas académicas deben perdurar, en el peor de los casos, por ser inofensivas y, en el mejor, por ser más bien divertidas e incluso instructivas. Pero las ideas no habitan en la torre de marfil de nuestras consabidas metáforas sobre la irrelevancia académica. Las personas como dijo Pascal, son cañas que piensan, y las ideas motivan la historia humana. ¿Qué habría sido de Hitler sin el racismo, de Jefferson sin la libertad? Blumenbach vivió toda su vida como profesor enclaustrado, pero sus ideas reverberan a lo largo de nuestras guerras, nuestras conquistas, nuestros sufrimientos y nuestras esperanzas.”
Gould se declara partidario la libertad de expresión de manera casi absoluta, así que más que una censura, lo que se deduce de su preocupación por ese mundo de ideas peligrosas que luego son usadas para discriminar, matar o hacer sufrir al prójimo, es la falsa ingenuidad de sus autores, y en todo caso la conveniencia de sacarlas a la luz pública para que puedan ser debatidas y derrotadas, para que no se perpetúen en la historia de la misma manera que se ha perpetuado la clasificación racial de Blumenbach.
El segundo consiste en desmentir la creencia popular de que Darwin era un ejemplo de igualitarista, creencia basada en algunas citas que demuestran su simpatía con algunos pueblos que eran despreciados normalmente por los europeos. Sin embargo, se suele olvidar a menudo que hay otras tantas citas que desvelan a un Darwin al que le dan asco otras razas, y muy seguro de la superioridad racial europea frente a otros pueblos. Pero el juicio al que Gould somete a Darwin es más global y justo, y pese a criticar esa costumbre de citar selectivamente para buscar la conclusión prefabricada, reconoce y elogia a Darwin al ubicar su crítica en el contexto de la época, donde el igualitarismo no estaba dentro del horizonte político ni filosófico. En aquella época donde todos partían de la inferioridad de algunas razas, estaban los que aprovechaban para esclavizar y someter, y los que pensaban que de tal inferioridad no se podía inferir una ausencia de derechos. Darwin se situaba entre los segundos, dando muestras en numerosas textos del fuerte compromiso moral que tenía para la época en la que vivió:
“Aquellos que sienten simpatía por el amo y frialdad de corazón por el esclavo no parecen ponerse nunca en el lugar de este último: ¡qué sombrías perspectivas, sin la menor esperanza de cambio! Imagínese a usted mismo ante la posibilidad, siempre planeando sobre su cabeza, de que su mujer y sus hijos (aquellos objetos que la naturaleza empuja a llamar propios incluso a un esclavo) sean arrancados de su lado y vendidos al mejor postor como si fueran ganado. ¡Y tales actos son perpetrados y justificados por hombres que profesan amor al prójimo tanto como a sí mismos, hombres que creen en Dios y que rezan para que se haga su Voluntad sobre la Tierra! Le enciende a uno la sangre, pero también le encoge el corazón, pensar que los ingleses y nuestros descendientes americanos, con su orgulloso grito de libertad, hemos sido y somos tan culpables.”
sábado, 17 de diciembre de 2011
Larry Young: "Unity"
01 - Zoltan
02 - Monk's Dream
03 - If
04 - The Moontrane
05 - Softly As in a Morning Sunrise
06 - Beyond All Limits
Crítica de Josef Gaishun:
Tal vez necesite prestarle más oído al asunto, pero lo cierto es que no conozco a demasiados organistas capaces de interpretar a su instrumento con verdadera imaginación y un buen gusto absoluto. Menos aún, de poner al órgano en posición de instrumento líder y que el resultado sea plenamente satisfactorio. Sin embargo, Larry Young, músico de corta vida e igualmente corta -aunque intensa- carrera, logró con Unity una obra gloriosa, que está, tal vez, entre lo mejor de la música modal de su época.
Acompañado por Joe Henderson en saxo tenor, Woody Shaw en trompeta y Elvin Jones en batería, Young decide darle a su instrumento un empleo radicalmente diferente del usual. Su jazz no tiene nada de suave ni de relajado (digamos: nada de smooth-jazz), y hay poco de lo que más adelante daría en llamarse fusión. Por otra parte, tampoco podría considerarse a la música que hay acá como free jazz: las composiciones y solos poseen estructuras tradicionales y los estilos interpretativos de los cuatro músicos no son disonantes ni de difícil acceso. Hay ritmos ágiles y melodías preciosas, en especial de parte del bueno de Larry.
Aparte de la presencia de los descomunales Jones y Henderson, es notable la fuerte participación de Shaw en la creación del álbum. Más allá de la inestimable magia de su trompeta, tan vital, con fuertes raíces en el jazz de los 40s y 50s, el músico aporta tres composiciones descomunales, que se complementan a la perfección con una de Henderson, Monk's Dream de Thelonious y la hermosísima Softly As in a Morning Sunrise de Romberg y Hammerstein II. Ya la sola selección de estos dos últimos temas, sumada a la creatividad de los músicos involucrados, hace que el disco valga la pena. A eso hay que agregarle lo particular que resulta escuchar a un órgano como instrumento líder en un trabajo de jazz modal / post-bop. Y, después de escucharlo y disfrutarlo infinitas veces, hacerle caso a las palabras del crítico Bob Blumenthal: "tresaure this album, and share it with an organ-averse friend" ("atesora este disco, y compártelo con un amigo que sienta aversión por el órgano").
lunes, 12 de diciembre de 2011
The Who: "Quadrophenia", 1973
Crítica de Ariel Fabián:
El disco atrae desde todos los puntos de vista. El nombre, la tapa, y, por sobre todas las cosas, la música y las letras. Es uno de esos álbumes llamados conceptuales, aunque mejor le queda el mote de ópera rock. La historia gira alrededor de Jimmy, el protagonista, el cual sufre una suerte de esquizofrenia cuádruple (de aquí el nombre del álbum).
Cada uno de los integrantes del grupo está identificado con un tema: Pete Townshend con “Love Reing O’er Me”, Roger Daltrey con “Helpless Dancer”, John Entwistle con “Is It Me?”, la cual se encuentra dentro de “Doctor Jimmy” y Keith Moon con “Bell Boy”, aunque los cuatro están escritos por Townshend.
El álbum comienza con “I Am The Sea”, donde se oye un sonido de oleaje de mar, mientras se mencionan los cuatro temas anteriores. La verdadera apertura del disco llega con “The Real Me”, una manera excelente de comenzar un álbum, solamente superada por el comienzo de “Selling England By The Pound” de Genesis. Los riff de guitarra son arrolladores, la línea de bajo es excelente y muy original por esas épocas, sostenida por toda la fuerza de la batería. Las letras son geniales y la performance vocal de Daltrey es de las más logradas del grupo. Un comienzo increíble. Le sigue “Quadrophenia”, un tema instrumental en el que Townshend mezcla los cuatro temas que identifican a los integrantes. Mucho soporte de sintetizadores, algún mini-solo de Townshend (quien no es un virtuoso con la guitarra, pero es un compositor totalmente iluminado) y al final otra vez el sonido del mar. “Cut My Hair” tiene uno de los mejores estribillos del álbum, sostenidos por una base rítmica muy firme por parte de Moon y Entwistle. Luego llega el punto más alto del disco hasta el momento: “The Punk And The Godfather”. Este tema tiene todo: un riff arrollador, el bajo y la batería a mil y por sobre todo la voz de Roger y los coros de Townshend generan esa sensación tan gustosa de climax musical, más aun en el intermedio del tema. “I’m One” tiene una gran letra, aunque la música no está a su altura. De todos modos en un muy buen tema. Con “The Dirty Jobs” llega un punto bajo del disco. No es que sea mala, pero luego de lo escuchado hasta el momento no genera la sensación de que se esté escuchando el mismo disco. “Helpless Dancer” tiene otra performance vocal soberbia de Daltrey y vuelve a producir otra vez esa sensación de perfección tan grata. “Is It In My Head” es una balada con un gran estribillo y una música acorde. El final del primer disco llega con “I’ve Had Enough”, un tema con tres partes marcadas. Una intro rockera con el bajo marcando a mil otra vez, un intermedio con “Love Reing O’er Me” y un final con una lírica de las mejores del álbum.
El segundo disco abre con “5:15”. La intro del tema es un reprise de “Cut My Hair”, pero inmediatamente se transforma en un rock and roll aplanador donde nuevamente se destacan los coros. Con “Sea And Sand” vuelve el mar, con otra letra excelente y una interpretación vocal genial de Daltrey. En “Drowned” se destacan Keith Moon, castigando como siempre los tambores de su batería, y, nuevamente, Daltrey. Me gusta, sobre todo, a partir del pequeño reprise de “5:15” hasta el final. Se nota que “Bell Boy” es el tema de Moon, quien no solo desarma la batería sino que también se le anima a la parte vocal. Un tema genial, sostenido por la rítmica de Townshend y sus sintetizadores. “Doctor Jimmy” es otro de los temas que no me cierran del todo. Sin embargo el pre estribillo y el mismo estribillo son de los mejores del disco. “The Rock” es otro instrumental al estilo de “Quadrophenia”, donde se vuelven a mezclar los cuatro temas con la misma contundencia que antes. El gran final del álbum llega con el tema de Townshend: “Love Reing O’er Me”. Qué se puede decir de este tema?. Una melodía hermosa, una letra contundente, los gritos desgarradores de Daltrey, la rítmica de Townshend y la base de Entwistle y Moon. El final es tan impresionante como el comienzo.
Este es un álbum para disfrutar de punta a punta, nunca genera sensación de aburrimiento sino todo lo contrario.
Lista De Temas
Disco 1:
I Am The Sea
The Real Me
Quadrophenia
Cut My Hair
The Punk And The Godfather
I’m One
The Dirty Jobs
Helpless Dancer
Is It In My Head
I’ve Had Enough
Disco 2:
5:15
Sea And Sand
Drowned
Bell Boy
Doctor Jimmy
The Rock
Love Reing O’er Me
Personal:
Pete Townshend: Guitarra, Coros, Sintetizador, Piano, Banjo
Roger Daltrey: Vocales
John Entwistle: Bajo, Coros
Keith Moon: Bateria, Percusión, Coros
sábado, 3 de diciembre de 2011
"Los caracteres" de Teofrasto
Filósofo griego. Según el testimonio de Diógenes Laercio, su verdadero nombre era Tirtamo, pero su gran amigo el filósofo Aristóteles se lo cambió por el que conocemos, que significa «de habla o estilo divino».
Teofrasto frecuentó la escuela de Platón y la de Aristóteles y, hasta hace poco, se le consideraba como un epígono del último. Sin embargo, las últimas investigaciones de los historiadores conceden un papel más relevante a este filósofo y coinciden en atribuirle una serie de innovaciones respecto a la lógica aristotélica. Así, se entiende que Teofrasto desarrollara numerosos teoremas para la lógica proposicional, además de la doctrina de los silogismos hipotéticos y la lógica modal, con lo que habría constituido el punto de inflexión entre la lógica aristotélica y la estoica.
La obra más importante de Teofrasto es "Caracteres éticos", que tuvo una gran influencia en las posteriores clasificaciones de caracteres y tipos psicológicos. El filósofo se prodigó también en otras materias, como la botánica, la geología, la física, la psicología, la política y la metafísica, a pesar de que de esta amplia obra solo se conservan unos pocos fragmentos.
Extraído de Biografias y Vidas
Santiago Valenzuela: "El lado amargo"
Crítica de Yexus:
Valenzuela brilla como nunca a la hora de apoyarse en una marciana cuadrilla de personajes límite con Julio César Cienfuegos a la cabeza para, dotado de una implacable mordacidad y generosa vis cómica, diseccionar, capítulo a capítulo, las miserias del individuo y de esa realidad social dominante que tanto le disgusta.
El lado amargo recoge una selección de historias, algunas inéditas y otras prepublicadas en la revista TOS, buena parte de las cuales recuperan el color con el que fueron originariamente pensadas. Además engarza entre sí las complementarias entregas con páginas realizadas para la ocasión con el fin de dar un plus de unidad a la obra.
"Surrealistas historias e insólitos personajes salpican esta obra definida por el barroquismo, la sátira y la hipérbole conceptual y gráfica" Yexus.
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